Adiós a una leyenda: Las extraordinarias gestas de un tipo muy normal

Juanín ha hecho de la cercanía y la sencillez las características más destacables de quien tiene un palmarés irrepetible

Fulgencio Fernández
02/06/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Juanín García Lorenzana, una leyenda que se retira. | FOTOS MAURICIO PEÑA/J.M. LÓPEZ
Juanín García Lorenzana, una leyenda que se retira. | FOTOS MAURICIO PEÑA/J.M. LÓPEZ
Parece increíble si miras el palmarés de Juanín García Lorenzana. Parece increíble si sabes cómo se suelen comportar las figuras de cualquier deporte. Parece increíble si piensas en la cantidad de gente que conoces que primero ves llegar su pecho hinchado, encantado de haberse conocido, y un metro detrás entra él... Pero pasa.

Al día siguiente de del partido de despedida de Juanín García Lorenzana fueron numerosos los leoneses que recibieron una llamada del ya ex jugador de balonmano para darles las gracias por haber acudido al Palacio de los Deportes a su despedida. Pero, no te lo pierdas, otros muchos recibieron la llamada para pedirles perdón «porque me dijeron que estuviste en el partido, pero no te vi y no te pude decir nada, saludar».

Así es alguna gente.

El director de este periódico tiene la costumbre de contar de vez en cuando, en sus columnas de opinión, con quién le gusta cruzarse por la calle y con quién no, después lo lamenta durante meses pero el gusto por saltar en los charcos es una cosa genética de difícil solución. Al grano. En una de esas columnas, antigua ya, aparecía Juanín y como argumento de porqué estaba en el lado de los que resulta un placer encontrarlo argumentaba —más o menos, que lo escribo de memoria— que «es uno de los personajes más importantes que te puedes cruzar pero al rato te hará parecer que el importante eres tú».Pues eso es lo que ha vuelto a pasar. Al irse, al leer lo que de él dicen todo tipo de gentes, entiendes que no hay más remedio que titular «las extraordinarias gestas de un tipo muy normal».Un tipo que sabe dar las gracias. Un tipo que cuando la cabeza le quiere estallar coge la caña y se va a pescar para no responder a quién le ha querido faltar. Un tipo que tiene problemas tan exóticos como que se le ha vuelto a romper la manilla de abrir la puerta de su viejo Seat Ibiza «porque son de plástico». Un tipo que recuerda como siendo un niño le temblaban las piernas porque llegaban los guardas del Seprona y su hermano había guardado truchas en el maletero...Parece extraño, pero si hablas con Vicen, su madre, lo entiendes todo, porque así le ha servido la vida a este chaval, el cuarto de cinco hermanos, que fue uno más en casa y cuyo mayor orgullo no es lo que ha ganado, que también, sino «que sea cercano a la gente, que sea un paisanete más y, sobre todo, que sea buena persona. Y lo es». Goyo, su padre, llegó a la ciudad desde Viloria. Vicen, su madre, era de Puente Castro de toda la vida y allí se cruzaron sus caminos. El hermano mayor nació en Puente Castro, la barriada obrera que dicen las crónicas antiguas, y después ya se trasladaron al barrio capitalino en el que siguen viviendo, en el que crecieron los cinco y en el que empezó Juanín, entonces más Juanín que ahora, a ir al colegio González de Lama antes de desembarcar en La Granja.- De niño ‘también’ fue bueno, no dio guerra, fíjate que lo cuidaban sus hermanos mayores. Reñían de vez en cuando, como todos, pero se llevan muy bien, eso me gusta mucho.Y allí, en el barrio, llegó el balonmano. Goyo, su hermano, jugaba y Juanín le esperaba para regresar a casa juntos y «pese a lo menudín que era» se dijo «yo también quiero jugar a balonmano».Fue la primera vez que dijo «yo también quiero»... y «pudo». Mira la foto de estas mismas páginasen las que está iniciando un lanzamiento con una rosca imposible, esas a cámara lenta que el balón va botando y describiendo una gran curva para salvar al portero y alojarse en la portería. «No te puedes imaginar las horas que hay detrás de ese lanzamiento». Pero un día se lo vio hacer a una gran figura y dijo: «Yo quiero hacer eso». Y lo hizo. Tuvo que estar horas lanzando a una portería torcida para que tuviera que hacer curva el balón, tuvo que lanzar desde fuera del campo para calcular... qué más da. Con la cantidad de horas que pasa con la caña en el río y las truchas pueden decir que no. Al día siguiente del homenaje el Torío no le fue benigno, pero no se sabe si no había truchas o aún le temblaban las manos de la emoción vivida.Volvemos al colegio González de Lama, donde empezó, a la Granja, donde todo era ya un poco más serio y empezó a destacar. «Fue a la Granja para que pudieran ir todos los hermanos juntos», recuerda Vicen Lorenzana, quiensonríe al recordar «que volvía con la cabeza agachada por las palizas que les metían los Maristas, hasta de 40 goles, el hermano Tomás no tenía piedad de ellos». Hasta que un día llegó la tarde esperada, ganaron a los Maristas: «Uy, ¡qué mal le pareció al hermano Tomás!», recuerda la madre que tantas veces había llevado al chaval con la cabeza agachada.

Y, seguramente, allí, en aquel partido, encontró el hermano Tomás la solución, fichar al chaval aquel que nos volvió locos, Juanín. «Se lo pensó mucho, tenía muchos amigos en la Granja, se llevaban muy bien con ellos... pero le gustaba ya mucho el balonmano y un día me lo dijo...».

- Mamá, me voy con los Maristas.
- Me parece bien, pero vas a jugar, a estudiar no que hay que pagar y ya sabes que no podemos. Y que sois cinco hermanos y que sois todos iguales.
- Claro, claro.

Lo dice mucho. «Claro, claro», el primero porque lo entiende, el segundo porque, además lo comparte. Y aprendió otra lección, que nada llega de regalo, que nunca olvides de dónde vienes.

Juan no lo ha olvidado jamás.

En la semana del homenaje, la cena del Ademar, los actos... Juanín había hecho un hueco en aquellos días de locura y quedó en un bar de la Lastra con los colegas de la época de la Granja, con René, con Alberto, Cuesta.... Castresana, como siempre, andaba liado. Y hablaron largo y tendido de viejas batallas, rieron, recordaron. Todos seguían siendo los mismos, Juanín también.

Y cuando se fue a Barcelona fueron muchos los leoneses que tenían casa en aquella ciudad, antiguos compañeros, amigos pescadores, periodistas, luchadores... Cuando decía «pasa a verme» era verdad y cuando regresaba pues andaba de pregón en pregón, de homenajeado o conferenciante, presentando libros, entregando trofeos en los corros de lucha leonesa —nunca falta a varios en la temporada de verano—, lo que le pidieran porque nunca tiene en la boca la palabra no.

Seguramente se acuerde de lo que para él quería quien nunca quiere nada malo para un hijo: «Que sea un paisanuco, que sea buena persona».

Y él dijo: «Yo quiero serlo».
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