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Camino de la cama es el mejor camino

18/04/2021
 Actualizado a 18/04/2021
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No hace falta que lo confirme ningún ‘paper’ o estudio: las bolsas en los ojos del espejo ya avisan de lo mal que se duerme en pandemia. Lo cual puede servir para reabrir un melón que nunca se terminó de rajar del todo: el valor social de quedarse perreando en la cama.

Dejando a un lado a quienes no pueden salir de ella por depresiones o algún otro padecimiento del alma, la piltra es hoy un espacio despojado de deleites que no sean los relacionados con el sexo. Basta con ver el campo semántico concerniente al lecho en nuestros días para comprobar ese retroceso. Incluso en la lista de placeres que solemos usar, el dormir está bastante más abajo que otros, como el hacer deporte, tradicionalmente peor considerados.

Claro: todos hemos estado ahí. Recuerdo que, con 15 años, me intenté rebelar contra la dictadura del descanso nocturno. Pensaba en todas las cosas que se podían hacer en esas seis u ocho horas, en los libros por leer, las películas en VHS de la biblioteca municipal que se podrían devorar… y se me llevaban los demonios. Luego llegó la mayoría de edad, el cambio de horarios (clases vespertinas, un trabajo como el de periodista que permite igualmente no madrugar) y la gozosa aceptación de que “sólo estar durmiendo es mejor que estar dormido”, como cantaban Siniestro Total.

Aquello se acabó y tampoco hay que pelear o resistirse por los horarios que impone la sociedad y el capitalismo. Lo que no hay que hacer es callarse ante la vendida de burra tan gorda que nos pretenden colar. En las entrevistas con personas importantes que realizan “una destacada labor” en cualesquier campo, suele abundar la declaración referente a dormir cuatro o cinco horas para aprovechar y hacer cosas. Ahí ya sí que vienen dos furgonetas llenas de demonios a sacarme arrastrando por los pies. Valientes descendientes de mil hienas, me grito cada vez que me encuentro con alguien así, cómo pretendéis que confíe en alguien que se jacta de eso. Sobre todo cuando ese hacer cosas suele ser trabajo y más trabajo. Pienso entonces lo que me dijo una vez la artista Le Parody, que lo que dignifica no es el trabajo, sino estar mirando por la ventana. Y yo añado: y dormir.

Mi aportación al debate es pequeña y tal vez estúpida. Cuando alguien me reprochaba que estaba tirando mi vida por el sumidero al dormir 12 y 13 horas diarias, me sacaba algún argumento para justificarme. Al principio decía que cuando duermes mucho, sueñas más. Lo cual es absolutamente cierto, y además soñar sí que es un placer impeninable. Pero luego me di cuenta de otra cosa, de la gran ‘cosa’ de yacer hasta las mil: cuando más duermes, menos molestas y das por saco a los demás.
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