14/02/2019
 Actualizado a 13/09/2019
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Quiero empezar diciendo que me da igual todo lo que ocurra en éste país en los próximos meses. Me gustaría ser como Petronio, árbitro de la elegancia y de la belleza en la Roma de Nerón, y escribir, en el lecho de muerte, una carta al César diciéndole que podía hacer lo que quisiera, que para eso era el amo, pero que, ¡por los dioses!, dejase de atormentar a su pueblo con su insufrible, vacua y estúpida poesía. Esa escena, en la que Peter Ustinov pedía su vaso de lágrimas a Tigelino para verter una suya en memoria de su amigo, (antes de leer lo de su nefasta poesía), vale un Oscar, vale una película.

Nuestro Nerón particular, el presidente interino, ma non tropo, funciona de la misma manera. Sólo quiere, (y es lo más peligroso), escuchar lo que él quiere oír. ¿Qué le dicen que en las encuestas del Cis saca trece puntos al segundo y que el Pp se hunde hasta la cuarta posición? Música celestial para sus oídos, y no digo que el Pp no pueda caer tan bajo, (se lo merecen, sin duda alguna), pero que el partido socialista saque trece puntos al segundo, ¡venga allá!, no se lo cree ni harto de cocaína. Basta recordar lo que ocurrió en Andalucía no hace tanto tiempo. Un tipo que pacta con todo dios, y por cierto, un dios nada recomendable, para acceder al poder, que se permite el lujo de dar lecciones de ética y de moral a los dirigentes venezolanos, diciéndoles, exigiéndoles, que convoquen elecciones generales, celebradas hace menos de un año, cuándo él no ha pasado por las urnas, (Maduro, macho, me has ganado in secula seculorum), que es el hazmerreír de todos sus colegas de la Unión Europea cuando presume de haber puesto firmes a los británicos con lo del Brexit y Gibraltar, que parece que ha escogido a su equipo de colaboradores entre los más tontos de cada pueblo, no está, por supuesto, para dar lecciones a nadie, ni para sacar pecho. No obstante, el pollo lo hace a cada segundo. Dejemos a un lado la anécdota de la utilización desmesurada de todos los medios de transporte de que dispone el Estado. Todos los anteriores presidentes han hecho más o menos lo mismo. Pero que la portavoz adjunta de los socialistas en el Congreso lo diga apostillando que han mermado la cantidad de güisqui y de vino a bordo en comparación con los tiempos de Rajoy, es una villanía, porque nadie tiene el derecho de insultar por un hecho que casi todos hacemos en la vida cotidiana: beber. Omar Khayyam, un poeta persa del siglo VIII, escribió, en uno de sus poemas, «prefiero el eructo de un borracho al rezo de un devoto». En otro dijo, «si los amantes del vino y del amor van al infierno, vacío tiene que estar el Paraíso». El presidente actual debería probar el vino sentado en el sillón de su avión, mientras va de turismo a distintos países. Y debería decir a sus acólitos que es lícito, conveniente e imprescindible criticar a los políticos por las políticas que hacen, pero no por sus hábitos personales. Llegará el día, querido Presidente, que usted será puesto a parir y creo que no le gustaría que también le echasen en cara que es lector de Norberto Bobbio, pongo como ejemplo, porque es grave ser seguidor de un tipo tan oscuro y de tan difícil comprensión, sobre todo para alguien que se gano su título de doctor en una tómbola. Pero es una decisión personal, como la de beber vino de Rajoy, y debemos respetarla, aunque sea mucho menos divertida.

No me fío de los socialistas españoles. De los contemporáneos, mayormente porque los históricos me quedan lejísimos. Y no lo hago desde el reinado del señor González y su número circense sobre la Otan. Nos engañó como a chinos, jugó con nosotros, manipuló a la opinión pública con una de cal y una de arena. Luego vino lo de la reconversión industrial, el cierre de empresas, miles y miles de trabajadores a la calle. Después de Aznar llegó Zapatones, alias ‘la venezolana’, que estudió en la ‘Escuela de Demagogias Aplicadas de Ayer y de Hoy, (EDAAH)’, porque es imposible ser más demagogo que nuestro paisano, el mismo que veía «brotes verdes» en dónde no había sino el comienzo de una crisis que nos pilló con el carrito del helado pero sin helado. Nadie, ni mucho menos los periodistas más conspicuos, se acuerdan de que fue él, (obligado, eso sí, por los que mandan en Europa), el que comenzó la gran vaina de los recortes, que luego profundizó su sucesor, el rey del vino y del güisqui en los aviones. Ahora, en ésta hora estúpida que nos ha tocado vivir, el actual Presidente, casi sin esfuerzo, ha echo buenos a todos sus antecesores en el cargo. Y eso es muy malo, querido Presidente. Pasar a la historia cómo el tipo que mintió desde el primer instante, («convocaré elecciones inmediatamente»), y que su único anhelo es estar sentado un día más en la poltrona, (partido a partido, que dice el tarugo de Simeone), no es recomendable. Salud y anarquía.
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