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Venezuela entre dos Pinos

10/02/2019
 Actualizado a 07/09/2019
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Érame una mañana dominguera navegando por ondas hertzianas próximas en un punto de FM. Dos emisoras de radio emiten simultáneamente un programa sobre la situación político-humanitaria por la que atraviesa Venezuela. Zapeo de una para otra. Curiosamente, son cadenas radiofónicas que conjugan el verbo ‘ser’: optando por el presente de indicativo (‘ES’ radio) o por el infinitivo (‘SER’). La primera, con un programa titulado ‘Sin complejos’, bajo la batuta de Luis del Pino; la segunda titula el suyo ‘A vivir que son dos días’, a cargo del colega Javier del Pino. Pese a estas coincidencias de hora, verbo, profesión y apellido, no las hay, sin embargo, de lazo familiar ni tampoco por tendencia y tono de contenido.

Luis del Pino echaba por su boca todo tipo de denuestos contra el presidente Nicolás Maduro, un tirano responsable a su juicio de asesinatos, torturas y de sojuzgar a una mayoría de la población desabastecida de alimentos y medicinas, y por ello obligada a emigrar masivamente. En el vituperio incluía Luis del Pino al periodista Jordi Évole, al que censuraba previamente por entrevistar en televisión a Nicolás Maduro. En el caso de Javier del Pino, la cosa se limitaba a realizar un análisis sin la tendenciosidad de su colega ni el rechazo a lo efectuado por Jordi Évole.

Es evidente que el presidente Maduro no puede eludir su responsabilidad de todo lo que está pasando en su país. Su profesión durante años al volante de autobuses es algo muy diferente que el de conducir un país. Pero las cosas son más complejas que centrar la culpabilidad de modo absoluto en una sola persona. La incompetencia –algo muy natural en los políticos de hogaño– o el estar equivocado en la toma de decisiones y medidas para hacer frente a graves retos, no conlleva necesariamente la de ser un malvado, poco menos que el Diablo en persona. Es una suerte desgraciada –valga el oxímoron– que Venezuela cuente con la mayor reserva petrolífera mundial, y levante por ello el olfato de las grandes potencias, especialmente la más próxima de Estados Unidos, cuyo gobierno siempre está dispuesto a meter sus imperiales narices en todo régimen que no huela hacia su lado. Cuando no es fumigando en las fuerzas armadas de país virado hacia la izquierda, como fue el caso del Chile de Allende; lo es por invasión (Granada y Panamá); o por bloqueo, como lo fue en la Cuba de Castro; o sembrando napalm en el caso de Vietnam; o dejando toda una zona devastada y desestabilizada tal el caso de Irak; o con restricciones actuales a Irán... La disculpa pueden ser los ‘derechos humanos’, el infausto ‘comunismo’ o las ‘armas atómicas y de destrucción + iva’. Me temo que si Maduro se enfrenta o se resiste a los designios del poderoso Tío Sam, su suerte puede que no esté muy lejos de la de Saddam Hussein o la de dar con sus huesos en Guantánamo.

La debacle de la economía de un país acontece cuando su sistema productivo en que fundamentalmente descansa se viene abajo con estrépito por intereses comerciales internacionales, y sin el reajuste necesario para gestionar otras posibles alternativas por propia incompetencia de gobierno. Cabe la pregunta: ¿ante el fallo del sistema productivo y consiguiente repercusión social, otro gobierno venezolano de signo opuesto al actual, como el que ahora trata de erigirse en el poder, habría evitado la debacle? Oiga, viejo, ¿y el papel de un gobierno socialista como el de España, a bote pronto e influjo trumpetero, reconociendo a Guaidó? Pues, qué quiera que le diga que no sea lamentable. Atentos.
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