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Un privilegiado

09/10/2019
 Actualizado a 09/10/2019
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Hasta los 15 años viví en un pueblo en el que el médico solo iba una vez a la semana, y por supuesto en horario lectivo, es decir, cuando estaba en el colegio. Había ayuntamiento, pero ya entonces se podían contar en un minuto los vecinos que vivíamos allí, y no había escuela, por lo que a los tres o cuatro niños que quedábamos nos tenían que llevar en coche al pueblo de al lado, donde había hasta dos clases, todo un logro demográfico.

Y aun así, me consideraba un privilegiado: si tenía que ir al médico, mis padres me llevaban en coche al pueblo en el que todos los días había personal sanitario, o al de urgencias, que también estaba cerca. También era un privilegio poder tener vehículo propio para ir a comprar a la ciudad, ya que no había tiendas, o posteriormente al colegio, para proseguir mi educación. 20 kilómetros de ida y otros 20 de vuelta, que para mi madre eran 80, porque esa era la única opción para estar en casa, ya que tampoco había autobús diario, y la alternativa era un internado. Por eso seguí siendo un privilegiado, ya que dormía todos los días en casa, después de hacer los deberes y malgastar alguna hora en el PC Fútbol. Estamos hablando de los años 90 y no de los 50, cuando mi padre iba allí al colegio y la ciudad estaba mucho más lejos porque solo había un camino (en los 80 trabajó asfaltándolo y así sigue la carretera 40 años después). La historia de mi pueblo es la de todos los pueblos de Castilla y León, en los que no todo el mundo tiene el privilegio de poder ir en coche a donde quiera. Pero ahora resulta que ya no hay ni siquiera dinero para que el médico vaya al pueblo, donde sí va el cura, qué cosas. Pero tampoco ha ido jamás un consejero de la Junta de Castilla y León, ni siquiera un responsable sanitario, así que todo se decide desde un despacho de Valladolid. Para variar...
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