Repensar el mapa, por Samuel Folgueral

Samuel Folgueral, secretario general de USE Bierzo y portavoz de la formación en el Ayuntamiento de Ponferrada, analiza las fortalezas de la provincia en el el suplemento 'Cuenta con León' de La Nueva Crónica

Samuel Folgueral
28/05/2020
 Actualizado a 30/05/2020
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Hace menos de tres meses que la crisis derivada de la pandemia Covid-19 comenzó a afectar de manera directa a las vidas de todos y cada uno de nosotros. Pero por corto que resulte históricamente el periodo que va desde marzo hasta hoy, hemos tenido tiempo para observar varios virajes en el discurso colectivo hasta que, como suele ocurrir, lo que era colectivo se ha partido en dos. Lo que empezó como un reconocimiento unánime a los profesionales sanitarios con la convicción de que saldríamos de ésta mejores y más unidos ha derivado en una refriega política cuyo tono alarmaría a cualquier observador imparcial, si lo hubiera. Por otra parte, a estas alturas resulta complicado defender la idea de que la sociedad puede salir reforzada después de tantas vidas perdidas, de tanto sufrimiento en tantos sectores y de toda la incertidumbre con la que tenemos que lidiar a partir de ahora. De la crisis, por tanto, nos queda la urgencia.

Aunque quizá también la reflexión, dado que hemos dispuesto de muchas semanas para analizar las prioridades y, por qué no decirlo, algunos fenómenos curiosos. Para el que esto escribe el más llamativo es la desaparición casi total del debate territorial a todos los niveles. Y no creo que sea a causa de que el coronavirus no haya provocado problemas municipales, comarcales, provinciales o autonómicos. Siendo una afección global, ha entrado de un modo u otro en el rincón más pequeño de la mayor parte de los países civilizados. Sin embargo, a nadie se le ha ocurrido pedir soluciones locales a problemas que han sido y son universales por más que se hayan introducido en nuestras casas. De repente dejamos de ponerle fronteras a nuestra elección de noticias y empezó a interesarnos tanto lo nuestro como la evolución del virus en China o en Italia, o el incremento de la tasa de desempleo en los Estados Unidos. Hemos visto cómo en países poco sospechosos de acordarse de Europa sólo cuando truena se ha planteado la necesidad de pedir ayuda a la Unión y lo mucho que echamos de menos la apertura de fronteras. Al tiempo, como comentaba unas líneas atrás, parecen haberse esfumado las ínfulas antieuropeas de algunos y, en cascada, las soflamas independentistas. Hasta los micronacionalismos han pasado a un discreto tercer o cuarto plano. Y es a esta globalización de preocupaciones que nadie ha querido parcelar pero el mundo ha querido compartir donde quisiera trasladar mi reflexión.

El camino por el que discurre la solución a los problemas del Bierzo o los de la provincia en su conjunto no puede dar vueltas en espiral por nuestro propio territorio. Durante demasiado tiempo hemos asumido el ser la periferia de la periferia al dar por entendido que el centro siempre nos queda lejos, en lugar de redibujar nuestro mapa mental y cambiar las fronteras por un círculo en el que bien podríamos ser el centro. Y todo porque ese mapa mental vigente coincide con el viejo concepto de frontera en el que una línea impone no sólo la colocación de carteles de delimitación, sino cierta imposibilidad de formar parte del mismo objetivo económico o social. Pero los tiros del s. XXI no van por ahí, y la crisis sanitaria no hará sino agravar los problemas de los territorios que se conformen con mirarse el ombligo.

La oportunidad a la que debemos asirnos es la que nos otorga, independientemente del mapa administrativo que no es el momento de sacudir, el hecho geográfico y cultural de ser ni más ni menos que el centro del Noroeste de la Península Ibérica. El estar donde estamos nos ha separado históricamente de varios factores de desarrollo, pero nos integra en otros a día de hoy. Hablamos de nuestra cercanía con la Eurorregión Galicia-Norte de Portugal (en la que Oporto ha sabido ser central aún siendo periferia geográfica) y de la posición clave del territorio al que representamos en el Eje Atlántico de comunicaciones. De modo que estamos ante la tesitura de sentirnos en la esquina de la comunidad autónoma más extensa de España o bien repensarnos como punto estratégico de un continente que busca en un círculo del que podemos ser el centro la vía para comunicarse con el resto de Occidente. Vernos de este modo no tiene por qué implicar falta de humildad, especialmente en un territorio tan necesitado de ayudas. Pero hagamos un ejercicio de perspectiva continental. ¿Acaso un ciudadano del interior de Rusia no pensaría al mirar el mapa que vivimos muy cerca de la costa? ¿Acaso cualquiera de los muchos parisinos que tardan más de una hora en llegar a un aeropuerto desde sus casas no se sorprenderían de que los ponferradinos pensemos que no disponemos, precisamente, de aeropuerto cuando está a apenas cincuenta minutos? El concepto de Europa al que tanto nos gusta recurrir en momentos de crisis como el presente no está subdividido en espacios con más o menos similitudes etnográficas. Al contrario, se vertebra en regiones amplias e incluso transnacionales unidas por ejes estratégicos. Si seguimos ahondando en la idea de que no estamos en el limbo entre dos eurorregiones sino en el medio de la que debería integrar todo el Noroeste de un modo u otro, podremos centrar objetivos a medio plazo mientras tapamos los –grandes– agujeros que sufrimos en el corto.
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