Remendando el tiempo en la vieja harinera

Pilar dedicó 10 años de su vida a coser los sacos de la fábrica de harinas ‘Marina Luz’, a la que ahora ha vuelto con 94 años para visitarla en forma de museo

Teresa Giganto
12/07/2015
 Actualizado a 18/09/2019
Pilar Álvarez en su regreso a la fábrica ‘Marina Luz’ hace pocos días. | LNC
Pilar Álvarez en su regreso a la fábrica ‘Marina Luz’ hace pocos días. | LNC
¿Qué sentiría si a los 94 años volviese al lugar donde trabajó durante 10 años? Supongamos que ese no fuese un lugar cualquiera, ni una fábrica de jefes malhumorados a la que llegó de rebote. Vamos a conjeturar también que en ese lugar pasó usted años de su juventud y que el dueño le dio empleo tras haber quedado viudo o viuda con un hijo de 2 años. Puestos a imaginar diremos que fue un trabajo de esos que se recuerdan con la nostalgia propia de rememorar otros tiempos y con el cariño que desprenden los lugares entrañables. Añadamos al supuesto que aquello se cerró y que nunca más volvió hasta ahora, 60 años después. ¿Qué sentiría?

Pilar Álvarez Pascual trabajó en la fábrica de harinas de Gordoncillo ‘Marina Luz’, un edificio con mucha historia y aún más historias que hace algo menos de un año se convirtió en un museo. Ella tiene 94 años y ha venido de Málaga con su hijo a pasar unos días al pueblo leonés, ocasión que ha aprovechado para conocer la tercera vida del edificio. Se construyó en 1936 y funcionó hasta el 44 cuando que se quemó, se reconstruyó en el 45 y se cerró en el 65. En 2014 reabrió sus puertas una vez más, ahora como museo, y allí ha estado Pilar hace pocos días, sujetando aquellas quilmas o sacos que ella misma remendó hace 60 años y que hoy ayudan al museo a remendar su propia historia.

Fue en el 49 cuando su marido, Marcelino Castro, falleció. Él era molinero de ‘Marina Luz’ por aquel entonces, una profesión que Pilar no conoció al casarse sino que ya la venía de raza puesto que lo del grano, la harina y los costales era ya cosa de familia, tanto materna como paterna. El oficio de molinera corría por sus venas y la vida la llevó de nuevo a él aunque no para ejercer de tal. Don Germán García Luengos, dueño de la fábrica, contrató a Pilar tras quedarse viuda y con un hijo de 2 años para que remendase y cosiese los sacos de harina que habrían de salir de la fábrica. Ejerció la profesión durante 10 años y además la compaginó con otras tareas en el resto de negocios de Don Germán, que no eran pocos. Pasó por la lechería, por la panadería e incluso por la casa del empresario ayudando a su mujer Doña Marina, que da nombre a la harinera. Primero cosía en la propia fábrica y después era un empleado de ella quien llevaba hasta su casa los sacos para que los remendase allí.

Hoy apenas nadie remienda nada, y se dice eso de que «agua pasada no mueve molino». Pero este, el de ‘Marina Luz’, funciona de nuevo gracias a ese pasado que ha vuelto a él y a historias como la de Pilar que bien merecían escribirse con mayúsculas.
Pero no es la única memoria viva que pasó por la harinera de Gordoncillo. También está la de Jesús Pastor, de 94 años. Su oficio era el de ayudante de contable en unas oficinas que primero estaban junto a la harinera, en lo que hoy llaman la casa del molinero, y años más tarde se trasladaron a la casa familiar de Don Germán. Lo de Jesús también era remendar y coser, aunque en su caso la faena la tenía con los números. Las cuentas que hacía eran de la harinera pero también participaba en el resto de empresas de la familia para la que trabajaba, unas tareas que comenzó de bien joven como da fe la imagen que se muestra en el museo en la que se ve a un Jesús que apenas supera los 20 años.
Tanto Jesús como Pilar tienen recuerdos en común. Un ejemplo es el de la noche del 5 al 6 de marzo de 1944. Fue entonces cuando la primera Marina Luz ardió. Así lo avistaron dos jóvenes que venían de Castrobol y pudieron ver sobre la silueta de las casas de adobe las lenguas de fuego que devoraban la fábrica de harinas. Aquel incidente, del que se desconocen las causas, no paró el instinto empresarial de Don Germán, que al año ya tenía una nueva Marina Luz a plena producción.

También los dos trabajadores coinciden en hablar bien del que fue su jefe. Don Germán era un hombre de campo a pesar de sus estudios y su profesión de médico. No había nada mejor para él que llegar al cobertizo ubicado junto a las instalaciones fabriles, montar en su tílburi e irse a la granja que tenían a cuatro kilómetros de Gordoncillo en dirección a Mayorga, también en el límite con Valladolid. Se ve que él allí remendaba también el tiempo, el de las viejas historias que como la suya, merecen escribirse con mayúsculas.
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