23/06/2023
 Actualizado a 23/06/2023
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Tras más de 22 años en el Partido Popular, creo que llevaré convalidadas horas suficientes como para sacarme 3 o 4 veces la carrera de ciencias políticas. Casi dos décadas formando parte del comité ejecutivo provincial en el PP (salvo 2 años que Isabel Carrasco me mandó a la nevera) es tiempo más que suficiente para conocer de qué va todo esto, entender los tiempos, las familias, el lenguaje y los mecanismos internos de un partido político.

Estos mismos mecanismos hacen que mucho fichaje ‘estrella’ para las listas electorales, aguante menos que el agua en un cesto y a la primera de cambio, sienta que le han abandonado en pelotas en la selva amazónica, sin saber qué le puede comer y qué no, dando la espantada a la primera de cambio, echando pestes de lo que es la política. Los que hemos ‘echado los dientes’ en las nuevas generaciones o juventudes de los partidos, nos movemos como peces en el agua y entendemos el lenguaje político como lengua materna.

Dentro de este lenguaje político hay varios conceptos que me encantan, pero si me tengo que quedar con alguno, es cuando se dice cosas como «el Partido ha decidido», «el Partido quiere que» o «el Partido no va a permitir que», como si el ‘Partido’ fuese un único individuo con personalidad y DNI, que fuese quien toma las decisiones y manda en nombre propio.

Sin embargo, ese ‘Partido’ del que hablamos, no es una persona, ni siquiera un comité, en muchos casos ni siquiera ha sido elegido y ni tiene por qué coincidir con los órganos de gobierno estatutarios.

Ese ‘Partido’ que toma las decisiones es, en realidad, la alineación y concurrencia de personas que ocupan los órganos de gobierno, con personas que por diversos motivos tienen la confianza y son referentes para un grupo relevante de afiliados, con aquellos que por sus trayectorias tienen predicamento entre las bases, con otros que tienen línea directa con órganos superiores.

Ese ‘organismo’ multicefálico es en realidad el que toma las decisiones, el que puso en su día a Isabel Carrasco en la presidencia del PP de León, el que también hizo presidente en León a Javier Santiago Vélez contra viento y marea o el que, de la misma forma, decidió el final de Pablo Casado a pesar de ser él el gran jefe.
El caso de Casado es paradigmático y demuestra que tener el mando no tiene por qué significar tener el poder, porque el poder te lo da y te lo quita ese ‘Partido’ pluripersonal que lo presta a quien en cada momento ostente el liderazgo natural. Cuando alguien se piense que por tener el mando en ese momento, él (o ella) es en primera persona el ‘Partido’, amenace a sus propios compañeros y quiera fulminar a quien se atreva a contradecir una decisión suya, arrogándose una legitimidad que no le corresponde, sin contar con el resto de personas que forman eso que los más cafeteros llamamos ‘Partido’, estará en el camino de que el mismo ‘Partido’ que creía personificar, le dé la espalda como suelen hacer los partidos, con una patada hacia arriba.
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