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Ya vienen los Reyes…

30/12/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Dada la costumbre de estas fechas, si en el ánimo de uno está el felicitar con tarjetas navideñas y se acerca a un establecimiento, por lo común encontrará que la oferta está estampada, en su mayor parte, con la imagen de Papá Noel correteando en un trineo por montañas nevadas o violáceos bosques de aguas heladas. Su presencia también es dominante a través de Internet; en este caso el personaje de barba blanca y atuendo rojo te lo muestran en vídeos, ya idílicos, ya procaces, hasta con su generosa panza en un bamboleo de cubrición y destape; y te incitan a que lo pases, como cumplido del momento, a la concurrencia de amigos en las redes sociales. En las paredes de algunos edificios se puede ver a la intemperie, como un colgajo con un saco al hombro, deseoso de colarse por las ventanas para no caer al vacío.

Son numerosos los ayuntamientos y sociedades que dedican al orondo anciano lo más granado de su programa navideño: niños con su disfraz que corren por las calles madrileñas, igualmente adultos que se chapuzan en el Puerto Viejo barcelonés, como participantes de la Copa Nadal; talleres, concursos…, incluso hasta la concejalía del ramo de la villa del oso y del madroño, le ha acondicionado, como residencia navideña, en la Puerta del Sol, la Real Casa de Correos. A Elche llegó este año disparatadamente tempranero, el pasado 17, en un pomposo desfile, con la entrega por parte del alcalde de las llaves de la ciudad. Cada aniversario, pues, experimentamos cómo es entronizado el forastero del Polo Norte (no el obispo Nicolás de Myra), con un propósito de rédito popular o consumismo desaforado. La imagen de Papá Noel, San Nicolás o Santa Claus, que se divulga, poco tiene que ver con su origen; obedece a la capacidad publicitaria de Coca-Cola, empresa que encargó al dibujante Haddon Sundblom, en 1931, un nuevo diseño para hacerlo más popular.

No es este, en cuanto a festividades, el único ejemplo colonizador, de procedencia anglosajona, de nuestra última época. De pocos años para acá, la juventud se disfraza con trajes y tatuajes cadavéricos en la víspera de Todos los Santos, en un remedo de aquelarre, que no alcanza más gracia que algunos brincos y desmañados aspavientos. Con esa desestima que tenemos hacia nuestra lengua, una expresión, en idioma inglés, de esta noche de los muertos, ha sido traducida en los medios informativos, por imitación fonética, como «truco o trato», sin parentesco con el significado que a ambas palabras les corresponde en español. Llama la atención el que se divulgue entre nosotros tal ajena costumbre (pedir por las casas golosinas y arrojar algo a la puerta en caso de no obtener su concesión) y hayamos desterrado de las calles, prácticamente, nuestro aguinaldo, con su raíz popular, musical y poética.

Pues a los ciudadanos de fidelidad cristiana, como a los de actitud agnóstica o incrédulos, no les resulta ajena esta festividad de Navidad y Epifanía, mejor sería el no relegarla con la imitación de costumbres foráneas. Los Reyes Magos ya están presentes en el texto evangélico de Mateo, y tienen una rica simbología y representación excepcional en la pintura, en la escultura, en la literatura, desde la antigüedad. Es decir, forman parte de nuestra tradición religiosa y cultural que es, como decir, dada su relevancia para nuestra civilización, de nuestra común identidad. En cualquier retablo o tímpano cercano, museo o cancionero, se encuentra la Adoración de los tres reyes (magos, es decir, sabios) que ofrecen al niño Jesús el oro, el incienso y la mirra, como representación de su poder real, divino, y humano en cuanto a penalidades y sufrimiento.

Melchor, Gaspar y Baltasar bien significan, cuando somos niños, con sus regalos que han traído en camellos, guiados desde el firmamento por una estrella, una inocente y sugestiva ficción, que se atesorará en la memoria. En los nacimientos, ya en casa, en las iglesias o locales públicos, junto al portal, ocupan un lugar preeminente, después de dejar atrás el palacio de Herodes. En la cabalgata que discurre por las calles, visten preciosos trajes, como sus pajes, arrojan caramelos, y llevan en sus carruajes gigantes paquetes que contienen regalos; la carta, manuscrita, que su cartero real o ellos recogen, ha de tener buena caligrafía y desbordante imaginación. Por la noche se deben dejar los zapatos o calzado similar, relucientes, no solo en nuestra casa, sino en la de familiares o amigos de especial confianza. Se ha de dormir en vilo a ver si crujen en el suelo sus pasos.

Esos regalos depositados en la noche de los Reyes son los ancestralmente familiares, no los anticipados por Papá Noel, el día de Navidad, con el pretexto, por parte de muchas familias, de que los aprovechen en días de vacaciones. ¡Con las jornadas que un año tiene para jugar y disfrutar! Respetar esta singular tradición, que no debe ser confundida, ni acoquinada por ninguna otra, importada, es transmitir a los niños cuáles son algunos ritos colectivos y su fruto –religioso, cultural–, con los que conviven en su propio entorno. Y la manera de legarles un recuerdo de encanto imperecedero.
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