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Vuelve la espiritualidad

15/01/2023
 Actualizado a 15/01/2023
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En un viaje por la provincia de Salamanca de hace muchos años atravesé el pueblo Sancti-Spíritus. A la vuelta paré y le hice fotos con mi flamante cámara digital andorrana. No lo hice a la ida porque llevaba a uno tan pegado al culo de mi Sprint que si freno se me zampa hasta la raspa y mi plan era pasar la noche durmiendo en el asiento de atrás a las afueras de Ciudad Rodrigo. No me pareció nada del otro mundo aquel sitio de título elevadísimo, solo uno más entre las dehesas del Campo Charro, donde lo memorable son los toracos. Años después, otro emplazamiento con el mismo nombre, esta vez en Cuba, me llamó menos la atención, solo que no podía dejar de hacerle una foto porque suponía una nueva oportunidad de capturar la chicha de la quintaesencia de lo intangible. Pero nada, caca de nuevo.

La idea del Espíritu Santo para bautizar a un pueblo es brillante si se pretende mostrar lo profundo de las creencias de sus fundadores, su inquebrantable fe, que la espiritualidad era el aspecto más importante de su existencia. Ahora en nuestro siglo XXI quizá la mayoría popular no llegue a tanto pero, según apuntaba el otro día un reportaje, «vuelve la espiritualidad». Lo cual suena a vendida de humo de la portada del Vogue de enero, pero qué va. Es la constatación, de nuevo, de que la gente quiere alimento vaporoso, que el mundo no puede vivir de espaldas a esa necesidad superior, que nunca se había ido del todo la espiritualidad, que solo estaba ausente y acaba de hacer la rentrée.

¡Cucha!, que me pasa a mí también. No puedo negarlo. Solo que yo, dado que los retiros espirituales del palo de los de la serie ‘Nine Perfect Strangers’ dan cierto canguis y hacer un Bob Dylan o un Leonard Cohen no figura en mis planes, para aplacar la sed espiritual de vez en cuando entro en una iglesia a deshora de ceremonia y paso allí unos minutos sin propósito físico. No sé a aquellos de ustedes con el mismo hábito si es que les puntúa para la confesionalidad. A mí no, pero el silencio, la falta de vigilancia y la limpieza me pulen el espíritu.

Tengo ganas de entrar en las del este de León, que apenas conozco. Santo Toribio de Mogrovejo, El Salvador y San Juan de Regla, con sus cruces como faros por fuera y pelín desangeladas por dentro (según Google fotos) seguro que son muy relajantes. Y apuesto que, para el que quiera más, tienen columbarios donde descansar en paz la eternidad. Justo lo contrario que aquella maldita noche en Ciudad Rodrigo, a vueltas en el coche pensando en el Espíritu Santo y su prosaica manera de tomar forma de municipio.
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