Votar a un hombre bueno.
O a una mujer buena.
Esos que pasean por las plazas
con una flor en los labios
y un ruiseñor en los ojos.
Como si todos los seres y los objetos
(las musarañas,
las esporas,
los astrolabios)
mereciesen existir.
O votar a un niño,
¿por qué no?,
y que emborrone
la urna con semillas
de amapola
y la pose en el río para navegar.