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Vivir en Facebook

21/02/2015
 Actualizado a 14/09/2019
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Apesar Lo del Facebook, en general, tan solo me parece un escaparate para egos desbocados y personas con poca seguridad en sí mismas, que tienen que darnos la murga todo el santo día con sus maravillosos viajes, estados de felicidad ininterrumpida o últimas adquisiciones súper chulis que a nadie importan, pero que todos vemos. En pocas palabras, la web del amigo Zuckerberg es una revista de cotilleo para mil millones de personas.

Egoístamente hablando a mí el invento en cuestión me viene de cine para poder dar a conocer un poco más mis artículos, que hago, evidentemente para que la peña los lea. Para otros dejo eso de escribir para su propia paz interior, resurgimiento espiritual y demás tonterías.

Es verdad que de vez en cuando ves cosas interesantes en dicha red social. Noticias, comentarios, enlaces… y que a veces llega a cumplir su función, como es la de conectar personas. Pero eso es tan solo, en mi humilde opinión, un cinco por ciento de lo que pasa en el ‘caralibro’ digital.

Hace algunos meses leía un interesante artículo en el que se hablaba del ‘cementerio de Facebook’. El texto se preguntaba por todas aquellas personas que han fallecido y que su perfil en la red ha quedado en un limbo digital, que nadie elimina, y que sin embargo salta como un resorte en calendarios, cumpleaños o etiquetas. Los casos se cuentan por miles ya. ¿Qué pasa con esas cuentas?

Pues bien, ahora alguien ha decidido que la plataforma es una buena manera de seguir vivo, aunque no lo esté físicamente. Hace unas semanas fallecía una astorgana de carácter, querida inmensamente por todos, Silvia, que después de luchar como una jabata contra un maldito cáncer se iba dejando triste a toda una ciudad. La joven Silvita dejó a Andrés, su marido y a África, su hija (amén de mucha familia y más amigos) con un buen palmo de pena, que sin embargo han sabido retornar en el recuerdo vivo y feliz de todo lo que fue esta heroína de calle.

Andrés, en un acto tan maravilloso como novedoso, decidió que no iba a dejar morir a su mujer en Facebook; que iba a seguir mostrándole esas fotos tan sublimes que hace (no olvido la de mi abuelo, amigo Palmero), esos enlaces que tanto gustan a Silvia, que iba a seguir diciéndole todo lo que la echa de menos. La red ha tendido un verdadero puente entre la joven maragata y todos los que somos, en presente, sus amigos en Facebook. Algo sencillamente inesperado y genial. Una forma no solo de mantener un recuerdo vivo, sino absolutamente conectado e interactivo. Seguro que algún retrogrado hay suelto que estas cosas le parecerán fuera de lugar. A mí lo que me parece es una herramienta muy válida para mitigar semejante palo. No se extrañen ustedes que el fundador de FB esté tirando fibra óptica más allá de la luna de Orión. Todo es posible.

Enhorabuena por esta iniciativa señor Andrés, el recuerdo de tu mujer se torna con ella en una nueva forma de comunicarnos con quien, por desgracia, ya no tenemos cerca. La libertad con la que cada uno afronta semejante dolor es imprescindible para que surjan estas cosas tan fantásticas.

Hoy, con respeto, admiración y cariño he decidido contar esta historia, que sin duda merece ser narrada. Que de chocolate y carnaval ya estamos un poco hartos. Es una historia de amor, de vida, de optimismo y también de valentía. La que mostró Silvia, la que muestra su familia. Una historia 2.0 de verdad. Y ahora, por favor Silvia, sube (o baja) alguna foto desde donde estés. A ver si algún pijo con ego desbocado tiene los huevos de superarla.
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