29/03/2024
 Actualizado a 29/03/2024
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‘Jenaro Blanco y Blanco: unos sesenta años. Compraba y vendía pieles de conejo. Vivía en Puente Castro. Falleció a finales de los años veinte, arrollado por un camión de la basura en el tercer cubo de la carretera de los Cubos’. Son los primeros apuntes de una de las varias libretas que sirven de fuerte seguro contra el oleaje bravo del olvido que suele azotar a mi memoria. Apuntes a modo de prólogo para una vida que, cada noche de Jueves Santo, homenajeamos sus devotos para brindar por unas costumbres, que –recitan– «nunca fueron un lujo». 

Una historia tan aclamada como aborrecida por ‘Lamparillas’ que descartan categóricamente el espacio pagano en la celebración de una Semana Santa en la que no faltan santísimos improperios hacia quien se atreva, derrotado al salir de trabajar, a atravesar una procesión en dirección a su añorada casa. Unos días de Pasión efervescente y colgada, en ocasiones, de una solemnidad barata que sacude un botafumeiro de un lado a otro, embriagando de un perfume turífero al ambiente y a un público que no participa; que sólo mira y admira. Que no digo yo que esté mal. ¡Si hace tiempo que me reconcilié con estas fechas! A días, hasta me gustan. Y más con colegas de pupitre cercano que enseñan, responden y se ilusionan con la mirada de un niño al que únicamente dan ganas de sonreír.

En mi caso, la ilusión sucede mágica –y ebria– en Genarín. En la procesión que puja su entierro, mientras el resto pujamos unos vasos cargados –de devoción– y rendimos tributo a base de versos a un poeta borracho de ingenio desmedido que tuvo hasta su particular forma de contar en el mus. «La vida como deuda. La vida como juego», que escribió Julio Llamazares. Y, aunque con ciertos cambios en la tradición, fruto de una historia que evoluciona y no se detiene, participamos todos en una costumbre que no se flagela cumpliendo las normas de lo anterior. En la única procesión que sale a la calle llueva o truene, pues las inclemencias climáticas no frenan a quienes procesionamos hasta la plaza del Grano o hasta donde sea para beber en su honor. O en el nuestro. Porque de eso va la historia. ¿O no? 

No sé, es igual; no me hagáis mucho caso. Estoy de resaca. De letargo genariano, si lo preferís.

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