marta-del-riego-webb.jpg

La ventana indiscreta

19/01/2024
 Actualizado a 19/01/2024
Guardar

Frente de los grandes ventanales de mi gimnasio se levanta una manzana de edificios de los años 40. Cuando corro en la cinta veo una hilera de ventanas idénticas, siempre con las cortinas echadas. Ayer sucedió esto: hacía frío y todas estaban cerradas excepto una. Una joven apareció allí. Tenía una larga melena negra y los senos desnudos. Pensé: se va a apartar inmediatamente de la ventana. Pero no. Paseaba por la habitación, se acercaba a la ventana, se alejaba. Observé a la fila de personas que corríamos en la cinta, se percibía quién estaba mirando a la chica: tres hombres sonreían con sonrisa esquiva, como pensando que en realidad no deberían estar mirando lo que estaban mirando, y dos chicas intentaban mirar para otro lado, como pensando, también, que no deberían mirar. Otra escuchaba música en unos cascos con gesto impertérrito. La joven de la ventana se acercó más al marco, y nos miró. Sus senos eran pequeños, tenía la piel muy blanca. Después frunció el ceño en un gesto de enfado, se giró, abrió la puerta del cuarto y desapareció. 

Atardecía, el cuarto quedó vacío y todos clavamos los ojos en esa puerta como si fuera el telón de un escenario. ¿Quién era esa joven? ¿Por qué tenía la ventana abierta en pleno enero, por qué se había acercado tanto a la ventana? Sabía que la estábamos mirando. Mi cabeza empezó a elucubrar. No vivía con sus padres, no sales desnuda de tu cuarto si vives con tus padres. No vivía con un novio, no cierras la puerta de tu cuarto al desvestirse si vives con un novio. ¿Compartiría piso? Seguí corriendo sin apartar los ojos de la puerta del fondo de la habitación. Y entonces sucedió esto: volvió a abrirse. La joven entró albornoz con una toalla amarilla enrollada en torno a la cabeza. Se deshizo de la toalla y vi su melena húmeda sacudirse en el aire. Se quitó el albornoz y se puso un sujetador, esta vez de espaldas, como si de pronto le hubiera entrado pudor. Se puso una camiseta roja, se miró en lo que supongo que sería un espejo. Empezó a bailar. Volvió a salir de la habitación. Las sombras se deslizaban ya por las paredes. Cubierta de sudor, me bajé de la cinta sintiéndome intrusa. Pensé: ella sabe que la estamos viendo. ¿Dónde está el placer en este caso, en mirar o en ser mirado, en nosotros o en ella? Pensé: ahora entra alguien por esa puerta con las manos ensangrentadas y recoge las cosas de ella y las tira por la ventana y… pensé: esto podría ser el arranque de una buena historia, la vida está llena de arranques de buenas historias, solo hay que saber mirar. Después me fui a estirar a la otra punta del gimnasio, pero desde allí ya no se veía la ventana.

Lo más leído