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Veinte minutos de curvas

01/09/2023
 Actualizado a 01/09/2023
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Te levantas temprano a escribir, fuera hay niebla. Despiertas a Pequeño Zar, bajáis la empinada cuesta, resbaladiza por la humedad. La montaña va surgiendo entre retazos blancos. La aldea está dormida. Conduces veinte minutos de curvas, a la derecha, a la izquierda, a la derecha, la carretera tan estrecha que cuando viene un coche de frente, frenas y buscas un hueco más amplio entre la maleza. Dejas a Pequeño Zar en un campamento con niños de la zona. En la mochila lleva el bañador y las chanclas, pero también sudadera y chubasquero, en Asturias nunca se sabe. Conduces de vuelta otros veinte minutos, curvas a la derecha, curvas a la izquierda. Te encuentras con la cuadrilla que limpia la maleza que se come la carretera, paras el motor y esperas. Hiedra, helechos, menta, zarzas, ortigas, melisa, ramas de avellanos, todo salta por los aires. Un intenso olor a heno. Sale el sol. Hablas con un paisano. Te dice que el guaje de la desbrozadora es nuevín, primer día, que no sabe manejarla bien y van despacio. Te cuenta que son del Principado, que limpian ese camín una vez al año. De Riosa a Cabañaquinta y pa cerca Avilés. Es un área muy extensa, dices, es lo que hay, contesta, hala, moza, pasa. Aparcas el coche a la entrada de la aldea. Todo el mundo aparca en la carretera. Un día estuviste a punto de caer barranco abajo. El valle se extiende a tu alrededor, masas de robles, hayas, abedules, castaños, pespunteados de praus. Una vaca muge. 

A la tarde se nubla, bajas la cuesta, coges el coche, conduces veinte minutos de curvas. Por el camino una chica montada en un caballo alazán. La adelantas muy despacio. Más adelante, ciclistas, un cartel que pone: «Aquí empieza el infierno». Es la carretera que lleva a L’ Angliru, una famosa meta de la vuelta ciclista. Recoges a Pequeño Zar, veinte minutos de curvas. Tu cuerpo se mece a derecha e izquierda con cada curva, se acostumbra a la montaña. Pintea. Una vaca en medio de la carretera, frenas de golpe. La vaca te mira y se da la vuelta, camina delante del coche durante un tramo, hasta que decide trepar de vuelta a su prau. Aparcas con cuidado de no meter la rueda en ningún agujero. Por la noche se escucha el cárabo. 

Al día siguiente sigue lloviendo. Las berzas del huerto están hermosas, también las fresas, los tomates murieron, con tanta niebla y tanta lluvia no se dan. Coges el coche, veinte minutos de curvas. Se huele el otoño. Sabes que va a ser la última vez que conduzcas esos veinte minutos, mañana vuelves a la ciudad. Habrá sol, setos mustios, aceras, te levantarás por la mañana y caminarás veinte minutos entre coches hasta la estación de Atocha. Se acabó el verano.

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