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¿Una decepción más?

26/01/2024
 Actualizado a 26/01/2024
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01.26 ilu
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El ferrocarril fue, sin duda, un elemento dinamizador de la economía, además de vertebrador de los pueblos que conectaba. Aquellas vías significaron un avance incalculable para el progreso, aunque hoy en día esos trazados se hayan convertido, a veces, en un engorro para las ciudades que atraviesan, si bien, en verdad, más han sido las ciudades las que se han agolpado a su alrededor, pues, a su sombra, los territorios iniciaron su crecimiento. Y no hace falta irse a las epopeyas del oeste americano y la pugna entre empresas ferrocarrileras que entendieron inmediatamente lo que el ‘caballo de hierro’ suponía. Esa epopeya no fue tal por estos lares o por Europa en general, pero sí que a sus lados prosperaron esos pueblecitos, que luego se convirtieron en villas y luego en ciudades, mientras otras, pujantes en aquellos momentos, vieron decrecer su importancia, simplemente porque el ferrocarril, maldita sea, pasó a diez kilómetros.

Aquellas líneas no siempre tuvieron la fortuna de su lado, y más de una, finalmente, desapareció. Claro, en esa lista está la Ruta de la Plata, de la que solamente tengo dos experiencias, una personal y otra familiar, una de mercancías y la otra de viajero. Y ninguna de las dos, placentera.

La primera fue un envío de tres cajas desde un pueblo de Badajoz, allá por el año 1980, y llegó a León siete días después. Como eran productos alimenticios, ni que decir tiene que de la estación se fueron directamente a la basura.

La otra la protagonizó una de mis hermanas que, allá por los años sesenta y tantos se la ocurrió estudias Bellas Artes y, quizás porque cuando eres joven nada se te pone por delante o, simplemente porque sí, viviendo en León, se la ocurrió irse hasta Sevilla a estudiar la carrera. «Santa María Lamaslejos, la más devota». El caso es que se iba en tren, cómo no, por la Ruta de la Plata. Con las paradas, los transbordos y demás avatares de aquellas épocas, veinticuatro horas tardaba de aquí a Sevilla. Esa si que era una epopeya.

Con estos dos ejemplos (quizás los hubo mejores y más edificantes), que no son precisamente una buena imagen de lo que era la línea, no llama la atención que, no mucho después, dejara de funcionar para viajeros y, otro poquito más adelante, pasara a vivir definitivamente el sueño de los justos. Por baja rentabilidad o por abandono, entre todos la mataron y ella sola se murió.

Y así, León, Zamora, Salamanca, Cáceres, Badajoz y Huelva, todo el oeste fronterizo con Portugal, se quedó sin conexión entre sí, aunque luego, después, tras muchos años y empujones, al fin, esa misma ruta se reimplantó, pero por autopista, lo que no ha evitado la despoblación y decadencia de todo ese territorio.

Y llegamos a hoy, momento en que se ha articulado una demanda coordinada para que se reponga el trazado, una movilización territorial extensa que, por las trazas, por las respuestas habidas, no parece que vaya a tener mucho éxito.

Pero esto es algo que tendrá que esperar (esas son las previsiones), hasta el año 2050, treinta años más allá, total nada, para empezar a hablar.

Eso sí, como no os olvidamos, inmediatamente adjudicamos un estudio de viabilidad con casi un millón de euros, que es lo más parecido a la conocida “patada a seguir”. Pues, como en otros muchos casos, es más barato gastarse ese millón y alargar el aplauso, que ponerse manos a la obra y empezar la ídem. Y menos mal que no se ha propuesto la creación de una comisión de estudio, porque eso, habría sido el entierro final.

Posiblemente no será rentable, pero ninguna línea lo es si se aplica un criterio estrictamente económico de explotación más amortización. Las líneas de ferrocarril son una inversión del estado para servicio de la población, en las que ya se considera un éxito que la explotación, solamente la explotación, equilibre gastaos e ingresos, y un exitazo si, además, tiene resultados positivos. Así que, no nos cuenten cuentos chinos, porque aquí se trata de ayudar a salvar el futuro de unas cuantas provincias en declive, que fueron hace siglos el motor de España y hoy, valga el símil ferroviario, son el furgón de cola.

Por eso, no puedo por menos que ser pesimista, y esta se va a unir a otras decepciones prometidas y no cumplidas, me temo que por siempre jamás y amén, como la segunda fase del Hostal, la integración de Feve o el Palacio de Congresos, que no verán nuestros ojitos chamberileros.

Treinta años para tomar en consideración la reapertura de La Ruta de la Plata. Pues muy largo me lo fiáis, Don Nuño, que diría Don Mendo. 

 

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