Y ahora guetos

Luis Carlos Arias Blanco
31/03/2023
 Actualizado a 31/03/2023
Los ciudadanos cada día estamos más asombrados de ciertas actuaciones municipales, sin entender la finalidad de las mismas. Hasta ahora todos entendíamos que con el dinero público siempre se buscaba el bien común, el beneficio de la mayoría de los parroquianos y no la satisfacción, ni la megalomanía, o el capricho de unos pocos. Que tengamos certeza en el barrio de la Palomera ya existe una zona habilitada y de uso exclusivo para los perros. Ahora se ha cerrado otra zona verde, a escasos metros de distancia, para que una cuadrilla de usuarios disfrute viendo a sus mascotas confinadas como si fueran bestias apestosas. Dentro de poco otras mascotas alzarán su protesta para reclamar su espacio y entonces el barrio de la Palomera se convertirá en el parque temático de la fauna doméstica. Algunos no se enteran o no miden sus actuaciones creando espacios cerrados como si al hacerlo persiguieran simular el hábitat de cada uno de ellos. Los perros, como animales que son, aunque algunos les quieran elevar a la categoría de humanos, necesitan un espacio vital acorde con sus necesidades. No un recinto cerrado, recordando a los infames guetos. Los animales y sus dueños harían bien en caminar y salir a campo abierto para estirar las piernas que luego les tocará estar encerrados en sus respectivos domicilios.

¿No hay cosas más importantes que dilapidar el dinero de todos los contribuyentes en estas absurdas obras, pues a buen seguro que el peculio no sale de los bolsillos de los que han llevado a cabo tal actuación? Tengan en cuenta que la mayoría de los dueños de los perros rehúsan utilizar esos espacios cerrados, ¿los motivos? Según ellos es preferible utilizar el espacio natural, que tenemos muy cerca de la ciudad, acompañados en todo momento de sus mascotas. Como van de la mano Tomasa y Juan Manuel, una pareja de octogenarios; como van de la mano Óscar y Tamara, una pareja de novios primerizos; como van de la mano Luis y Nicol, una pareja de veteranos. Y, si por el camino se encuentran con otros congéneres, nunca está demás darse un cariñoso recibimiento, si procede.

Siempre que pasamos por ese espacio verde amurallado, descubrimos la soledad del perro allí encerrado que solo busca con la mirada la salida de su encierro. Y otros, de su mismo pelaje, a escasos metros del vallado sin decidirse a cruzar la puerta para sucumbir al encierro. Ellos corretean libres por otros parajes haciendo patente su dominio como si estuvieran en terreno conquistado. Defecando y orinando con la mayor tranquilidad y sin el menor escrúpulo por parte de sus amos que miran al tendido por si vislumbran la mirada esquiva de algún transeúnte o la presencia sancionadora que nunca se hace visible, pues por ciertos lugares rehúsan pasar o lo tienen prohibido.

Este cerramiento de un espacio verde se asemeja a un campo de concentración, a un gueto. Representa un atentado contra el medio ambiente, contra la estética y un despilfarro mayúsculo. Los vecinos de la Palomera decimos un no genérico, cuando no mayestático. No queremos que nuestros espacios verdes se utilicen solo para a una cuadrilla de caprichosos, ni para ostentaciones personales, que se creen con más derechos que los demás. Si se sigue con estos derroteros, dentro de poco se habilitarán más espacios para otros especímenes que también les gusta hozar por el campo, y qué bien les vendrían para destrozar de paso otro espacio verde.

Que se dé una vuelta por aquí y compruebe el estado habilitado anteriormente para los perros: que pasó de ser una zona verde a un auténtico lodazal. Dentro de poco este nuevo espacio habilitado para los canes terminará de la misma manera. Y de paso, si tiene a bien realizar la visita, que le acompañe la parte sancionadora que a buen seguro no perderá el tiempo.

Las tribus locales, en su gestión irresponsable, quieren convertir los espacios verdes de la Palomera en auténticos barrizales. Y, si siguen instalados estos pajarracos en la cimera, estos sabuesos pronto tendrán derecho a voto y ladrido. Y de esto último el triunfo lo tienen garantizado. Y cuando terminen con todas las zonas verdes convertidas en lamentables ciénagas, aprovecharán los gorrinos, de esos que acampan en sus dominios, para retozar también a sus anchas. También, aprovechando la ocasión, puede que les den la oportunidad de cambiar de sexo, pues mi vecina tiene un perrito, llamado Pedrito, que le gustaría cambiar de nombre por otro más acorde a sus tendencias.

Y no digamos nada de algunos que por mascotas tienen rumiantes. Mi vecino tiene una cabra, ‘la Montera’, que está pidiendo con berridos altivos y estridentes que la dejen pastar por las praderas, de esta manera ahorraría al erario público un pastón, y a los paseantes no sufrir el ruido ensordecedor y los malos humos de la maquinaria utilizada por los jardineros.

Si los perros estuvieran bien educados y sus dueños bien adiestrados bajo el peso de las multas, que de otra manera es demasiado tarde (pues lo que en su día no se mamó ahora resulta absurdo intentar cambiar de proceder y solo queda que aplicar el castigo), la convivencia sería posible y sobrarían esos infames guetos.

También es posible que se busque otra finalidad, además del derroche y la ostentación: Que ya se empezó encerrando a las personas mayores; ahora se comienza a confinar a los perros con sus dueños; y luego venimos el resto.
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