Libros, ferias y la princesa prometida

Ramiro Pinto
26/05/2024
 Actualizado a 26/05/2024

Mi querido amigo de escrituras y lecturas, Juanmaría Campal, que me consideraré siempre, pese a las diferencias, tal vez de carácter y de percepción de la realidad también. No solamente cada cual ve la feria según le va en ella, sino que «en este mundo traidor nada es verdad, nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira», que dijera Ramón de Campoamor.

Creo que no debemos contaminar la cultura de los debates políticos, sino argumentar y poner ejemplos de lo que decimos y opinamos. Aunque parece ser el signo de nuestro tiempo eso de zarandear a los demás y no entender el humor de las expresiones. Una crítica no es un ataque a nadie. Citar es aprender de otros y no amparo. Y más cuando la historia se repite, de ahí un texto del año 2016 al que te refieres. Y sí, «me llamo Íñigo Montoya…», repite el personaje de ‘La princesa prometida’.

¿Llamar a otros «intelectualoides» no es soberbia?, una cierta altivez, porque lógico sería haber preguntado «¿en que te basas para decir esto?» Y a eso voy.

«Nos tratan como prostitutas»: Eso de hacer ferias para fomentar la lectura y demás entelequias no se corresponde con lo que es una ‘feria’, un mercado de libros. También una librería. Pero fuera de este lugar hoy digno de conservar, hay un mercadeo de comprar libros desde instituciones que engordan a unos y dejan a otros al pairo. La cuestión viene, además, cuando ha habido escritores que han tenido que pagar para poder estar en una caseta. Quienes nos negamos es por principio. No por ser más o menos puros, que cuidado, que a los cátaros (‘puros’) se les hizo desaparecer por serlo. No pagar es una manera de dar una respuesta. Emmanuel Mounier, de la corriente de pensamiento del personalismo, decía que en la derrota, cuando no hay esperanza siquiera es necesario testimoniar. Como diría Sartre «la vida es una pasión inútil», pero vida al fin y al cabo. O como dice Tristán, el personaje de Thomas Mann: «Odio lo útil».

Cuando se empezó a cobrar en la catedral de León dejé de pasear por ella, excepto cuando hay algún concierto de órgano o exposición gratis, después de ir ¡todos! los días laborables a pasear por ella al volver de llevara mis hijos al colegio de la Granja, durante 20 años. Se puede sacar una tarjeta baratísima para los residentes en esta ciudad, pero ni por un céntimo. Y es que no quiero, desde mi ateísmo, recibir un latigazo por quien echó a los mercaderes del templo.

«Empiezan quemando libros y acaban quemando personas», «¡toma mesura!», como si no hubiera sucedido a lo largo de la historia nunca. Y no estamos libre de ello, de no dar algún tipo de respuesta. Leamos ‘Mefisto’ de Klaus Mann, el hijo de Thomas. Se cede un poco, se justifica algo sin importancia, se llama «puros» a quienes no aceptan el control de las personas por seguridad, la discriminación se justifica porque «esos que se creen más listos», etc. Al final, cuando ha pasado todo, una guerra devastadora y el asesinado de millones de personas en cámaras de gas por ¡simplemente! ser lo que son, clama un buen ciudadano «¿qué culpa tengo yo, si sólo soy un actor?», que discriminó a otros compañeros por amor al arte, se dejaron de interpretar guiones de algunos por las buenas y no pasaba nada para que salvar la censura. Todo era una fiesta patriótica. Nadie decía nada.

Leí hace no mucho sobre la felicidad de mucha gente en los años 50 y 60 en nuestra querida España, y este León nuestro, lo felices que eran muchos que pudieron comprar un piso, dar carrera a sus hijos, comprar primero una Vespa y luego un coche. Que dejaron de calzar alpargatas y ‘isat’ zapatos. Pero esto no sucedía a todos. E incluso a los felices ciudadanos, les quitaron la libertad. Porque mientras que uno no se metiera en líos se vivió muy bien y en paz. Pero lo cortés no quita lo valiente.

Lo que sucede ahora no es nuevo. Y ha habido espacios de crítica, de señalar, para que no aplasten a quienes no sean señalados por el dedo de no se sabe quién. Un ambiente cultural, sí, que deja mucho que desear porque sacan a la luz a gente de un cierto entorno de peloterismo extremo, que en algunos casos da vergüenza y dejan a un lado a mucha gente de gran valía literaria. Algunos de increíble valor que acaban despreciados, y ellos mismos se ahogan en sí mismos. ¿Hacemos una lista de quienes se han quemado? Y los que faltan en un futuro. Lo provoca esta manera de hacer cultura, que trasciende a las instituciones, pues hay un caciquismo endémico apoyado por los bien-pensantes, algunos que discrepan diciendo «mecachis en la mar» y «¡mecaspita!».

¿Cuánta gente se ha quemado?, que se han replegado en sí mismos, en la pena de la soledad, se han ido a otros lugares para olvidar el silencio y que haya que tragar con que hay escritores de primera y de segunda fila y de quinta. La feria, la fiesta del libro se puede hacer siendo un homenaje al libro, ¡a todos!, a sus autores y editoriales y librerías, que muchas lo han dejado, por cierto. ¿Por qué? Y sí, metidos en una caseta, tratando de atraer al feriante («concurrente que va a comprar o a vender»), convirtiéndose quien escribe en una imagen de sí mismo. Y lo digo desde la contradicción propia, porque por amistad voy a participar en alguna de algún pueblo de algún lugar. Y me siento así y como tal lo expreso. Y lo veo de esta manera. 

Se habla de los grandes y de los demás se hace mención para rellenar y los que no tienen sitio es que no han cumplido las normas. Y aparecen los que destacan, los que salen en la tele, o ganan concursos, que cuando se abre el telón y se ve lo que hay, decirlo es ser un «envidioso». De lo escrito públicamente en este sentido nadie sabe, nadie contesta. Pero hace que algunos reaccionemos sobre la Feria del libro de León 2024 en la que se informa: «Más compras. Y más calidad y MENOS CANTIDAD INSERVIBLE (de libros), grandes nombres y eventos acertados por la asociación librera». Estos son los impuros, es decir, los buenos. Porque los puros son los malos. En fin. Lo escrito, escrito está. Y lo puse en esa red Facebook, «la cara del libro» y silencio.

Ha habido en esta nuestra ciudad, hace tiempo, ferias en la que se llamaba a los escritores, se les pedía opinión. No había que pagar nada, lo cual es una vergüenza, porque se convierte la literatura en una partida de póquer. Si los trabajadores municipales cobran cada mes hagan el trabajo que hagan, ponen las casetas que tiene el ayuntamiento, el suelo municipal que se ocupa ya es peatonal, y / o basta un permiso ¿qué gasto hay? ¿Participan las bibliotecas públicas? Es un trabajo de los funcionarios que cumplen su función cultural y trabajadores del ayuntamiento perfectamente cualificados. No creo que haya ningún negocio de por medio, supongo. Las librerías ya pagan sus impuestos, y el IVA por cada libro. ¿Pagar?, ¿a quién?, ¿para qué? Y lo digo consciente de que es una dinámica que se ha impuesto al mismo ayuntamiento, y de otras ciudades y pueblos, de antemano. No hecho la culpa a nadie, sino al caciquismo cultural y quien quiera participar ¡que pague! Y etc.

Lo digo habiendo tenido suerte y apoyos para sacar libros y hacer que otras personas también. Pero mucha gente dedicada a escribir se ha quedado en el camino y muchos se han acabado convirtiendo en sobras de su labor literaria sepultada en la nada. Parece en este ambiente que por hacerse una foto al lado de uno de los grandes ya se es un gran escritor / gran escritora. Hace poco, con otro amigo estaba en la calle hablando con uno de esos grandísimos, y persona bondadosa y amable. Llegó una fotógrafa con los «importantes» y nos dijo, «¡vosotros quitaros de ahí!». Y nos fuimos atónitos.

Esto lo fomenta y empuja un ambiente viciado. Hace años la concejalía de cultura hacía encuentros con quien se apuntara, y si no había hueco lo buscaban. Hasta que se puso en manos de los intelectuales del libro. Ahí, ya se empezó a marcar territorio, en el que algunos no entraron. Los intelectualoides, en caso de levantar la voz. Recuerdo que por aquel entonces, creo que el año 2009 o 2010, me llamó el encargado de organizarlo, que había fallado un escritor, que fuera yo con mi libro, que ni se anunció ni nada. Después de no haber sido apuntado previamente, no sé el porqué. Cogí el teléfono en el autobús llegando de viaje a León. El acto era en dos horas. Le dije que sí, que ¡sisí!, y no fui. Entre otras razones, porque no me daba tiempo. Una retahíla luego de irresponsable, de falta de compromiso, etc. En fin. Ejemplos todos los que se quieran.

Se han creado una tertulias mensuales, donde se hablará de estos temas, para reflexionar, discrepar y demás. Porque las fiesta de la lectura, los fastos literarios, la palabra convertida en espectáculo no lleva a nada y seguimos dando vueltas a una noria. Y la respuesta es ¡pues organízala tú! Hubo un tiempo en que los lectores o posibles lectores hablaba con los escritores en tertulias. Hoy parece todo propaganda y mercadillo. ¿Qué sentido tienen hoy las ferias del libro? No plantearse esta pregunta hace que con otras inercias se esté falsificando la literatura, hasta el punto de convertirla en una batalla ‘campal’, silenciada para no molestar. Sea la paz perpetua, la que desde la razón propone Kant, cuando el derecho sea igual para todos y la libertad de cada cual respetada. Toda crítica ha de ser argumentada sobre hechos empíricos. Sea pues, con renglones cortos y con renglones largos.

Con todo mi cariño y respeto.

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