Cultivar la convivencia

Rubén García Robles
01/02/2024
 Actualizado a 01/02/2024

Conocí a Zafar Païman, miembro fundador de la Aipra, (Asociación Internacional para la Promoción y la Investigación en Arqueología, dependiente del Ministerio de Cultura de Francia), mientras el afgano ejercía sus funciones como arqueólogo de la Delegación Arqueológica Francesa en Afganistán (Dafa). En aquellos meses finales del año 2004 se disponía a dar continuidad a una campaña de excavación financiada por Naciones Unidas en la Tepe Narenj, la Colina de los Naranjos, a apenas unos kilómetros del centro de la capital afgana de Kabul, en la estupa de un templo budista ocupado entre los ss. VI y X y que estaba seguro le permitiría conocer y entender mejor el pasado de su país. Compartía con todo el que se acercara hasta aquel paraje de colinas, aldeas, casas de adobe y huertas de una pequeña comunidad, el descubrimiento de un grupo de esculturas de bodhisatvas que flanqueaban la escalinata de una estupa budista, ataviadas con delicadas telas en estuco precipitándose sobre los pies. Los ropajes imitaban en su caída la técnica escultórica de época helenística de ‘paños mojados’ y en un mestizaje de culturas budista y griega uno no podía evitar pensar en la Bactriana, en sus tesoros y en las andanzas de Alejandro Magno (s. IV a.C) y sus ejércitos por aquellas tierras de Asia Central.

Por la noche, en su casa situada en el centro de Kabul, mientras compartía con el Embajador Español y su equipo una cena amistosa y frugal, relataba cómo a la llegada de los talibanes había tenido que salir, en medio de la noche y jugándose la vida, de la sede de la Delegación Arqueológica Francesa en Afganistán, cargando cofres de hierro con los libros de más valor de la Dafa en dirección a la embajada de Francia a tan sólo unas calles más allá. Recuerdo la mirada llena de asombro de aquel arqueólogo al acariciar con una brocha y descubrir la redondez de los pies y los bordes de los paños de aquellas figuras, mientras el Museo Nacional de Afganistán se veía vacío y ocupadas escasamente sus salas por algunas piezas dañadas, rotas y desfiguradas que los talibanes en su huida no habían podido transportar. 

A mi regreso a Estrasburgo tuve que realizar un viaje a París para obtener el visado que me permitiera la entrada en la India por tercera o cuarta vez. Mi hermana Ana y su marido Manuel me esperaban en el Pont Neuf en donde había quedado con ellos para ir juntos a comer. Me entretuve por el camino, por el Qartier Latin, contemplando en las tiendas de antigüedades una innumerable cantidad de objetos de gran belleza procedentes de Asia Central. Quizás no fueran los mismos, pero recordaba las salas vacías del Museo Nacional Afgano de Kabul y a mi amigo Zafar con su brocha y su pincel, con las imágenes recientes aún, mientras disfrutaba de las figuras de bodhisatvas esculpidas al modo helenístico en Afganistán, pero en París. 

Al acercarme al Pont Neuf, mi hermana Ana y Manuel me reconocieron a cierta distancia por mi forma de caminar, somos inconfundibles y únicos para quienes nos conocen bien, que son también quienes mejor nos saben amar. Y de allí nos fuimos al Chez Fernand de la rue Christine. Después de disfrutar de unos profiteroles junto a la catedral de Notre Dame me acerqué a la Biblioteca Nacional de Francia para asistir a una conferencia ofrecida por el filósofo francés Míchel Onfray y que aún recuerdo con delectación. Llevaba por título ‘Le pur plaisir d’éxister’ y citaba en ella a una caterva de filóosofos poco conocidos y que dedicaron sus filosofías al hedonismo y a la vida como proceso temporal dispensador de placer a través de la acumulación de experiencias y su aprender a disfrutar del puro placer de existir. Se esforzó Míchel Onfray –a quien admiraba después de haber traducido su libro L’archipel des comètes, como ejercicio de mejora de mi francés–, en tratar de explicar aquella imagen de Shopenhauer en la que nos definía como puercoespines sociológicos que al acercarse buscando la solidaridad y el calor de otro ser humano no puede por menos que encontrarse con la naturaleza ontológica del puercoespín. Evidentemente, el filósofo francés terminaba formulando la idea de que era preciso poner en marcha y practicar el arte de l’eumétrie, el arte de mantener la buena distancia con respecto al semejante, lo que viene a ser la distancia que ofrecen la educación y las buenas maneras, una distancia apropiada para poder seguir viviendo en sociedad.

Así es que todo esto viene a cuento para decir que mientras unos preservan y mantienen la mirada de asombro frente a las maravillas que nuestro pasado nos entrega y que ellos buscan, encuentran, comparten y ayudan a conservar, otros vacían de tesoros los museos y mercadean después con sus riquezas sin que podamos evitarlo y sin poderlo remediar. Incluso nosotros mismos somos como ese museo vacío de Kabul, vaciado de nuestra humanidad, de nuestro pasado, de nuestra historia personal. Así dice Douglas Rushkof que ha hecho la tecnología, alejarnos de nosotros mismos y de otros, vaciarnos de humanidad. Y el intelectual de la cultura virtual nos lo recuerda en su libro ‘Team Human’ refiriéndose al ‘dumbwaiter’, un sistema de poleas instalado en la casa del presidente estadounidense Thomas Jefferson, un artilugio que permitía llevar la comida a las élites de las colonias constitucionalistas, esclavistas y predemocráticas sin la necesidad de ver a los esclavos negros y así evitarse la molestia de la contemplación de aquellos seres humanos considerados poco menos que bestias en aquella sociedad. Las vidas importan, sí, pero sólo las blancas, como afirma el jurista Robert Howse.

La tecnología y el ente lógico fabricado, ELF antes IA –como X, antes Twitter, aunque ahora más pornográfico y sin pájaro que pueda piar– nos ha hecho invisibles (como el ‘dumbwaiter’) y nos ha vaciado de toda humanidad. Y por otro lado sin que en apariencia guarde relación, pienso en voz alta, aquella burguesía de las 13 colonias con capacidad económica y conciencia de ello, quería moldear su realidad política, primero a través de la guerra de la independencia y después con todo lo demás, es decir con el ‘In God We Trust’ (lema con el que acompañan sus billetes) y con la idea del destino manifiesto que les designa como pueblo elegido para gobernar los designios de toda la humanidad, pero que curiosamente han redactado ellos y no nos lo acabamos de creer los demás. 

La burguesía británica de las colonias estadounidenses (ellos sí eran colonias, no eran reinos de un reino mayor como a los que nosotros dimos Universidades e identidad de ‘criaturas de Dios’ a través de Francisco de Vitoria y Bartolomé de las Casas y los primeros mimbres del Derecho Internacional), no se debían diferenciar mucho de aquellos otros hombres de 1188, en San Isidoro, a sus puertas, hombres buenos, decían, hombres ricos, con conciencia de su riqueza, que reclamaban que a cambio de sus dineros para la guerra se les diera al menos la palabra y la capacidad de hablar. Algo similar sucedió pasados los siglos en 1583, cuando los miembros de la burguesía de las Provincias Unidas se negaron, a través de una declaración, a pagar impuestos a la corona española, a Felipe II, su monarca español. Por cierto, algunos historiadores franceses y británicos acusan de aquella enemistad entre Guillermo de Orange, el silencioso o taciturno y Felipe II, a que después de que el joven Guillermo gastase una fortuna en comida, bebida y fuegos de artificio para agasajar al hijo de su querido emperador Carlos V, Felipe se fue a la cama a rezar, despreciando aquella cena, año 1549. Todo puede ser, o sólo quizás, pero lo cierto es que aquella cena despreciada nos costó una guerra de más de treinta años, una enemistad que parió la leyenda negra que la historiografía de los Países Bajos comienza a reconocer 450 años después. Aquella burguesía adinerada, digo, aspirante a aristocracia, argumentó cuestiones religiosas y económicas para oponerse al pago de los impuestos al monarca español. Sin embargo, fue la conciencia de grupo y la acumulación de riqueza, ambas cosas combinadas, lo que les movió a querer moldear el sistema político, aspirar a la capacidad de ejercer influencia y adquirir el poder de tomar decisiones que hasta entonces había detentado la aristocracia de título vinculada de manera complaciente al gobierno del monarca español. Perdónenme aquellos que no piensen como yo y que digan que aquella época no alberga similitudes con la nuestra, sólo cito los argumentos de John Keane y su ‘Life and Death of Democracies’. 

Existen hoy en día también esos grupos que adquieren conciencia de su capacidad de influencia y tratan de moldear, por supuesto, cómo no –porque así se lo otorga el estar en la lista Forbes–, las democracias, sus instituciones y lo que dejen de ellas los bárbaros politizados, porque tiene uno la sensación de que las democracias en el mundo están siendo desvalijadas, desmontadas, vaciadas de contenido como el Museo Nacional de Kabul o nuestra identidad y desde dentro. Tenía razón Mariano José de Larra en sus ‘Artículos de costumbre’, en el titulado ‘La sociedad’, en concreto, cuando decía que el hombre es sociable por naturaleza, pero que a la sociedad no venimos a la entrega y sí a tomar. La tecnología, sigo en este argumento, nos ha hecho invisibles, nos ha hecho desaparecer detrás de una combinación valiosa de cifras y letras, nos ha vaciado de humanidad, como los museos de Kabul, nos ha hecho desaparecer, como aquel ‘dumbwaiter’ de Jefferson. Interesan sólo los datos, nuestros datos, con los que comercian, pero no las personas que los detentan y con los que se obtiene identidad (aunque desde un principio y a través de Smart Contracts, contratos inteligentes, podrían procurarnos ingresos, pero no hay voluntad, podrían pagar correctamente a los periodistas del The New York Times por uso de sus artículos en el entrenamiento de la IA, pero no hay voluntad). Y la riqueza ahora está en ese ADN de cifras y letras que habla más de nosotros de lo que nos gustaría (para hacer un mejor uso de la tecnología recomiendo la lectura de Amber Case). Y así, en ese vaciamiento de nuestra humanidad, algunos sectores ¿productivos? acumulan riqueza y capacidad de moldear la sociedad.

Y mientras todo eso ocurre sin verlo, la tecnología nos hace creer que todo nos procura y que todo lo regala. La tecnología y las energéticas asociadas han conseguido acumular escandalosas cantidades de riqueza con la que pretenden moldear las sociedades, nuestra sociedad. Asociadas a ellas, a tecnológicas, energéticas y empresas desarrolladoras de Inteligencia Artificial –el Ente Lógico Fabricado ELF, antes IA–, encontramos las criptomonedas, fruto de la cadena de bloques de criptogramas. Para entendernos, jeroglíficos egipcios sin la piedra de Rosetta, que prometen hacer rico a cualquiera que se ponga a minar criptogramas de cifras y letras con el que hacer más grande e indescifrable un criptograma global. Así pues, las criptomonedas son fruto de la combinación de la última tecnología –las criptomonedas son laboratorio de tecnología por competencia y obsolescencia–, combinada, digo, con un consumo energético extraordinario. Y justifican su existencia, la existencia de ese bulbo de tulipán (recordemos la burbuja que estalló en las Provincias Unidas en febrero de 1637, cuando un solo bulbo del tulipán, un Almirante, llegó a alcanzar el precio de una casa de 17000 florines en la mejor calle de Ámsterdam, en la Prinsenhof), en una afirmación que ningún silogismo práctico aguanta y que consiste en decir que el consumo de energía para fabricar criptomonedas obliga a la transición energética, lo cual permitirá continuar minando criptomonedas y facilitará una evolución tecnológica que nos hará más invisibles y nos vaciará de la poca humanidad que nos quede, para poder seguir consumiendo energía y tecnología sin parar. Al hilo de lo del agua que ya sabemos se asocia a tecnología y consumo energético, se me ocurre decir que algunos agricultores en Estados Unidos se han organizado en milicias estatales y ya se han enfrentado a las autoridades federales por el agua y los pastos, según nos cuenta Noah Gordon (codirector del Programa de Sostenibilidad, Clima y Geopolítica y miembro del programa Europe Carnegie Endowement for International Peace) en el artículo ‘La violencia humana ante los límites del planeta’ del Anuario de Cidob 2023.

Si estuviera planteándome la escritura de una novela distópica diría que las criptomonedas, la Blockchain, el Metaverso y la Web3 son el dumbwaiter del que habla Douglas Rushkoff en ‘Team Human’ y que nos hace desaparecer en favor de los datos que son lo que en realidad interesa a quienes los conservan y saben usar. Nos dicen que todo el mundo podrá minar criptomonedas y proteger sus obras y mercadear mejor con sus datos a través de los Smart Contracts o contratos inteligentes, pero… siempre que tengamos presencia en el Metaverso y en la Web.3 y si no a minar tierras raras con las que hacer evolucionar la tecnología, no nos quedará más opción. Lo peor de esta novela es que igual que nos dicen que hay agua en Marte, pero que no la van a traer a la Tierra, nos tenemos que creer que ha habido un día una terrible tormenta solar que será causa de un apagón tecnoenergético, programado o no programado y que de pura casualidad hará que el actual sistema financiero caiga, muera y sólo quienes tengan criptomonedas y acceso a tecnología y energía de manera individual, o un búnker en Hawaii de 500 Ha con todas estas cosas, podrá acceder a sus cuentas y a su vida de Metaverso y Jaujajaja (para entender mejor el mundo hiperconectado en que vivimos recomendaría la lectura de ‘Mundo Orwel’, de Ángel Gómez de Ágreda).

Y el parecido con aquellos otros que adquirieron conciencia y quisieron moldear el modelo socioeconómico de su época se hace real a través de la combinación de energía, tecnología y criptomonedas, pero en una novela distópica, recuerden, menos lo del búnker de 500 Ha del súperadolescente Mark, es decir, que todo es mentira, es una novela, salvo algunas cosas. Y puesto que existen circumcelliones por todas partes, pendientes de todo lo que se dice, yo me cuidaría muy mucho de desprestigiar las instituciones: correos, congreso, constitución, cuando tantos nos están mirando y tanto nos estamos jugando en tantas elecciones europeas, no europeas y más aún cuando formamos parte de ellas y aspiramos un día a gobernarlas, porque ese día, desafortunadamente, llegará. Los circumcelliones de Roma o merodeadores del s. III, asaltaron las explotaciones de cereal del Imperio Romano localizadas en provincias y territorios norteafricanos. Los cereales y su producción eran el estómago de la maquinaria bélica de las legiones. Esos cultivos eran, al trigo y a la alimentación para Roma y su legión, lo mismo que la explotación aurífera de las Médulas bercianas a la política monetaria de la gran urbe, columna vertebral, pues su oro nunca se acuñó en Hispania, sino en la capital imperial. Hoy los merodeadores adoptan muchas formas y ya sea en el norte de África, en nuestra Costa del Sol, en la Costa Azul francesa, en nuestras instituciones mundiales o en un paraíso fiscal, están esperando cualquier muestra de debilidad y agotamiento de nuestro sistema -que no se debe producir-, para actuar. Al menos es lo que creo podría pensar un psicótico distópico con aspiración a escribir una buena novela.

A cambio de la distopía que parece inevitable, les planteo otra cosa distinta que quizás nos permita transformar nuestra sociedad. Nos estamos quedando sin espacios para el entendimiento. Les planteo una comunicación para la convivencia basada en una ideología cívica. Quizás ha llegado el momento de recuperar algunos valores que se inserten en el mundo tecnologizado que nos ha tocado vivir, sin culpar a nadie de hasta dónde hemos llegado y sin destruir nada de lo construido hasta hoy. Para ello sería necesario el desarrollo y promoción de una sensibilidad colectiva, una resiliencia colectiva, tal y como señala el neurólogo francés Boris Cyrulnik, una resiliencia colectiva que nos permita a todos aspirar a la continuidad bajo el signo de la unidad y a la que accederíamos a través de un mejor conocimiento de aquel que es igual a nosotros, pero de manera distinta. Sería necesario desarrollar una ideología cívica de valores, de civismo, una diplomacia ciudadana que genere interdependencia, necesidad del otro, ubuntu a la africana, convivencia y métodos para aprenderla a cultivar.

La gravedad de los desafíos que se nos plantean: medioambientales, políticos, socioeconómicos, energéticos, tecnológicos, alimenticios, etc., nos obliga a considerar lo que nos dicen algunas de las personas que voy a citar. Podemos intervenir en el progreso tecnológico a través de una conversación abierta porque nada es inevitable y todos podemos aportar. Podemos establecer nuevas normas y una agenda, la vida no es algo mejorable cambiando el software, sino cambiando el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás, con nuestros semejantes, con aquellos que tenemos cerca y a los que hay que aprender a mirar.

Podemos transformar nuestra sociedad cambiando el modo en que nos comportamos con otros seres humanos, lo cual exige responsabilidad y compromiso con unos intereses y valores colectivos (“con respecto  a los valores colectivos, la filósofa Adela Cortina ha señalado que son básicamente cinco los que se necesitan para cimentar una sociedad pluralista moderna en la que la meta principal sea el respeto a la dignidad de las personas: libertad, igualdad, solidaridad, respeto y diálogo” Comunicación y diálogo en la vida pública. Emilio Martínez Navarro catedrático de filosofía moral y política de la Universidad de Murcia). Exige una acción personal que adquiera repercusión y resonancia e insertarla en una red que podamos ampliar. Porque sólo cuando servimos a otros, sólo si somos útiles a nuestros semejantes, encontramos sentido a todo esto, porque somos útiles a nosotros mismos a través del servicio a los demás. La única manera de curar todo lo dañado es conectándonos a otras personas, no a través de la tecnología, que nos desconecta de los otros y de nosotros mismos, sino a través de la conversación, a través de hablar con los demás.

Ningún hombre es una isla, decía el poeta británico John Donne y nos lo recordaba Nuccio Ordine, sino que somos el resultado de “infinidad de cuerpos fundíéndose en un cuerpo nuevo” como nos decía el poeta asturiano Ángel González en su poema “Para que yo me llame Ángel González”. Todos llevamos dentro una humanidad de seres humanos reunidos por azar. Sólo podremos recuperar nuestra humanidad uniéndonos a otros como nosotros y que ya están esperando a que nos encontremos también en cualquier lugar, dice Rushkoff. Es posible poner en marcha una ideología cívica apoyada sobre la idea de biodiversidad, donde se admita toda forma de vida y la tolerancia mutua como fórmula que permita la convivencia global. La convivencia podría ser ese principio básico y estrictamente necesario para la resiliencia colectiva y la multilateralidad a la que se refiere Dani Rodrik, profesor de Política Económica Internacional en la Escuela John F. Kennedy, en la Harvard University, a través de su artículo sobre “Los límites de la gobernanza ante el reto de rediseñar la economía global” del Anuario 2023 de CIDOB.

Por otro lado, deberemos aprender a compatibilizar la libertad de expresión con el respeto a la libertad de las personas tal y como afirma María Jesús Luna Serreta, directora del Seminario de Investigación para la Paz, en la introducción al libro “Comunicación para la convivencia”, añadiendo a esa idea que los medios de comunicación tendrán que contribuir a la salud de la democracia. Y este libro ha venido a mis manos, no de manera casual, sino porque como muchos españoles estoy preocupado por la continuidad de esta preciada riqueza que nos permite convivir en paz y a la que debemos entre todos dar aliento y continuidad. Por mi parte, si en algún momento he causado daño o perjuicio a alguien o se ha podido sentir ofendido, aprovecho esta oportunidad para decir que lo siento, tan solo creía estar ejerciendo el derecho a la libertad de expresión y apoyar algo que amo y defiendo: el modo único de entender la vida en pacífica alegría, griterío, alboroto y pluralidad que es nuestro país, al que amamos tanto y de manera tan diferente cuando estamos lejos y lo sabemos mirar. Debemos aceptar la manera diferenciada en que todos y uno a uno lo sufrimos y lo amamos mientras lo aprendemos a mirar, a conocer mejor, a amar más. Porque sólo el conocimiento del otro conduce al amor y el amor conduce a la unidad.

Conversar es una buena manera de conocernos, favorece la interacción profunda “funciona a modo de vacuna que nos protege de la angustia colectiva, de la incertidumbre sistemática en la que llevamos inmersos desde hace varios años” según afirma Estrella Montolío Durán, catedrática de lingüística hispánica de la Universidad de Barcelona, directora de investigación en estudios del discurso, académico y profesional durante una ponencia del 21 de enero de 2023 dedicada a “La conversación en el centro de la convivencia humana”. Pruébenlo, como terapia que ayudará a curar su soledad, les volverá visibles, reales, nos devolverá humanidad.

Todo esto viene a cuento de un libro que me recomendó el Excmo. Rector de la Universidad de León mientras conversábamos en la galería de arte Sharon de nuestra ciudad, una biografía sobre D. Félix Gordón Ordás, veterinario, político, ministro y embajador leonés, quien en una conferencia ofrecida el 12 de mayo de 1935, organizada por el Ateneo Obrero de Gijón, en el Teatro de los Campos Elíseos de dicha ciudad, citaba a los zoólogos rusos, Kessler (es famosa su conferencia en la Sociedad de Naturalistas de San Petersburo de 1879, “Sobre la Ley de la ayuda mutua”) y Kropotkin (autor de “El apoyo mutuo: un factor en la evolución”, publicado en Londres en 1902), quienes encontraban en las sociedades animales la idea de apoyo recíproco o apoyo mutuo, intraespecífico e interespecífico e incluso el altruísmo biológico, como factor evolutivo paralelo y contrario al darwinismo social del struggle for life que consideraba la lucha por la vida como la característica más importante y el principal factor de evolución.

Gracias por todo, esta es quizás mi última contribución. He mantenido durante algunas semanas una conversación en voz alta conmigo mismo. Y a los libros que he leído, tan sólo les he dejado hablar. Quizás sea el último artículo que escriba, a veces es el silencio quien mejor puede hablar de uno mismo. A partir de ahora permaneceré atento a ver cómo crece la hierba de los prados y a ver si mañana sale el sol por el mismo lugar. Por cierto, el mérito de aparecer en estas páginas no es mío, sino del equipo de personas que hacen periodismo de verdad en La Nueva Crónica y que al compartir su sueño han hecho realidad el de otras personas y más grande su sueño personal. Quizás debamos incorporar su ejemplo a nuestras vidas y apoyar de manera unánime esta forma de hacer periodismo compartiendo hechos, política y cultura llenos de ilusión por su trabajo, rigor profesional y una enorme muestra de humanidad. Gracias de corazón por dejarme conversar conmigo mismo en voz alta y con cierta intimidad. Háganme caso, por favor, tal vez no nos haga mejores pedir un taladro al vecino, como señala Douglas Rushkoff, pero sí ayudará a conocernos mejor el simple hecho de conversar. Hasta siempre, amigos.

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