14/01/2023
 Actualizado a 14/01/2023
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Cada nuevo enero suelo ver alguna película de las que podrían considerarse «clásicos». Este año hubiese elegido mi corazón ‘Historias de Filadelfia’, me moría por ver de nuevo a Cary Grant en el maravilloso papel de Dexter, pero por mayoría simple ganó otra película que me encanta: ‘Tienes un email’, una de esas comedias que ya no existen, nunca entenderé del todo por qué se han extinguido, como si el amor pudiera morir a base de prejuicios absurdos e ideología. Pero no quiero irme del tema, volvamos a Nueva York y a los 90, a un Manhattan que empieza a sufrir la voracidad del gran comercio y el ‘arrasa con todo’ que han traído consigo las nuevas tecnologías. En la película, Meg Ryan es ‘la chica de la tienda de la esquina’, una librera vocacional experta en literatura infantil, que sale con un columnista pedante y demócrata al que todo le parece objeto de estudio del existencialismo. De pronto conoce a Joe Fox, interpretado por Tom Hanks, un multimillonario que concibe la literatura como un negocio a gran escala. El pez grande, como era de esperar, se come al chico, y además ambos empresarios se enamoran en el proceso. Como dice el propio Joe: «¿Qué puedo decir? A veces uno quiere lo imposible…». Eran los 90 y ya se vislumbraba el principio del fin. Los pequeños negocios que siempre nos han definido, esas tiendas que tienen alma y encanto, que son parte esencial de nuestras vidas, van cerrando sus puertas en un goteo imparable. Resulta insultante que las calles principales de muchas ciudades hoy solo contengan franquicias, como un Monopoly en el que solo juegan dos. Joe Fox decía: «No es nada personal, son negocios», pero tenía razón Kathleen Kelly cuando afirmaba: «Estoy harta de eso. Todo es personal. ¿Qué tiene de malo lo personal si puede saberse?». Y es que cada local tiene detrás nombre, apellidos, sonrisas, lágrimas, momentos. Salvemos nuestras ‘tiendas de la esquina’, pongámosles más fáciles las cosas.
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