27/01/2024
 Actualizado a 02/02/2024
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Mientras el sol se esfuerza por aparecer en una de estas mañanas neblinosas, me miro al espejo para verificar el resultado del afeitado. Es satisfactorio, sonrío al personaje que me mira desde el otro lado del cristal. Y allí están. Un racimo de largas arrugas surge desde los ojos y desciende surcando las mejillas. Me parecen divertidas. Alterno la expresión, serio, sonriente, serio, sonriente, para ver cómo aparecen y desaparecen alternativamente.

Da la sensación de que ahora, para poder sonreír, la boca tiene que hacer un esfuerzo más grande que antes, tiene que levantar dos mejillas más rígidas y caídas, más pesadas y difíciles de mover, de ahí que aparezcan las arrugas. El peso de 50 años. Pero no son rivales para la boca si de verdad quiere sonreír.

Con la sonrisa del alma, la de verdad, pasa lo mismo. Para manifestarse tiene que ser capaz de levantar 50 años de experiencias no siempre positivas, que antes no estaban. Pero por muchas y poderosas razones el alma también puede levantarlas cuando quiere sonreír. Y claro, también en ella aparecen arrugas.

Camino hacia el trabajo sumido en estas reflexiones que me ocupan cuando me levanto lírico y filosófico (o cursi y pedante, según se mire), y pienso en la cantidad de gente que combate la aparición de las arrugas faciales mediante el bótox. Qué extraños terrores les llevarán a pagar por inyectarse una toxina mortal que inmoviliza el músculo. Me pregunto si provocará también alguna parálisis en el alma.

Actores y actrices fantásticas pierden deliberadamente la expresión gracias a este método. Frentes sintéticas encima de cejas que apenas pueden moverse, mejillas rígidas que minimizan la capacidad de expresión. La principal herramienta de trabajo del actor deliberadamente anulada.

En el polo opuesto, Katharine Hepburn jamás utilizó el bótox, que no existía en su época, ni se sometió a operación alguna. Con 74 años, envejecida y con signos visibles de Parkinson, ejecutó una interpretación sobrecogedora en ‘En el estanque dorado’, que le valió el Oscar a la mejor actriz. La decrepitud física no hizo que perdiera su singular belleza. Nunca presentó signos de parálisis del alma.

 

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