11/12/2022
 Actualizado a 11/12/2022
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Cuando pretendes buscar una noticia blanca y aséptica que no altere los pulsos, arranca la semana con tantos colores como errores. Por prescripción médica, que ‘Sevilla tiene un color espacial’, mejor fingir no saberlo. Cosa que resultó imposible de conseguir con algo relacionado con penaltis que te hace coger el mando, cambiar de cadena y ver a España ganar a Marruecos. Algo que te deja tan indiferente como el ‘wasap’ que horas después te cuenta que esta vez la roja la llevaban los otros y que España es la que perdió. Colores, errores y paraguas. Esta semana también supimos cuántos paraguas se abrieron por minuto en toda ciudad que se precie. Cuántas gotas cayeron en su calle más comercial y a qué hora escampó y se cerraron los dichosos paraguas. Conexiones permanentes con reporteros jurando que llovía y haciendo recuento de transeúntes encantados de mostrar sus compras mientras respondían a la crucial pregunta ¿qué le parece que llueva en el puente? hasta hacerte sentir un bicho raro por encontrar una broma de mal gusto, casi insultante, el mensaje machacón de que si mil paraguas techan las avenidas comerciales y Papá Noel, Santa Claus, los Tres Majos y todo lo que se meneé, llega con un paquete bajo el brazo, la Feliznavidad está en marcha y todos felices.

Ya iba terciada la semana cuando apareció por fin la noticia blanca, más bien plateada, y por partida doble. Por un lado, el vídeo del Colegio Leonés ‘Nuestro plan’ denunciando la soledad de los mayores en estas fechas, incluso estando en familia. Preciosa idea la de David Nieto y adorables esos abuelos que rodean la realidad y se colocan al otro lado porque sólo siendo virtuales, se hacen visibles para los que están sentados a su lado. La otra noticia plateada, como nexo de unión de lo anterior, también traía lluvia y soledad. En ella, el director de la Residencia de ancianos de Campolongo, en Pontevedra, denuncia el destierro de otros mayores en estas fechas navideñas, que apenas una docena de sus cien residentes pasan con sus familias. Reconcilia con el mundo y hace sentir menos raro oír a un hombre real hablar de algo real, denunciando lo feo y triste. Eso que no debe mencionarse en una sociedad infantilizada y de positivismo postizo en la que todo debe ser radiante, con millones de lucecitas encubriendo penumbras. Denuncia la realidad, las cuatro o cinco visitas que reciben cien ancianos, el abandono y el olvido de nuestros mayores, sin paños calientes ni esos eufemismos con los que barnizamos los errores. Define como «la peor noche del año» y como ambiente gélido lo visto en su residencia en Nochebuena. Y pide «mil gotas de amor que generen una lluvia que empape de nueva energía» a sus ancianos, antes de que la tristeza y la nostalgia navideña los engulla. Pide lluvia. Una lluvia de misivas que calmen soledades, acaricien, reciten o feliciten. Necesita mil consuelos para que cada anciano reciba diez, se caliente en ellos y en los próximos meses, los responda. Quiere palabras cariñosas que rellenen esos silencios en los que los ancianos esconden las tristezas con tanta maestría que no hay quien las encuentre porque antes hay que dar con ellos, tan callados y serenos, tan livianos que parecen estar siempre al fondo de algo. Mil desconocidos no conseguiremos rellenar el hueco de un hijo. Mil cartas no calientan el frio del olvido de los seres más queridos. Mil mensajes no estremecen como un beso ni mil palabras cariñosas sujetan el ánimo como la mano de un nieto… pero vamos a ello.

Espero no romper normas poniendo en el sobre ‘para la más sola y anciana’. Ellos sabrán a quién dársela. En el acto supe lo que quería contarle, sea como sea, aunque confieso mi debilidad por las ancianas menuditas y recogidas que parecen no llevar vestido, sólo capas superpuestas, mezclándose prendas indefinidas formando un amasijo blando que se mueve entre la lentitud y la parsimonia, con su cara y sus manos asomando, como único testimonio de que ella existe. Quiero a la más débil, la que viva ya tan pequeño, tan a momentos, que apenas exista, la que esté tan al fondo que cueste identificar sus límites y parezca a punto de diluirse. La de la risa tan frágil que quede en amago, la de la soledad más grande y la voz más pequeña. He escrito a unos ojos huyendo por la ventana que a saber qué geranio estarán regando o a qué nieto estarán viendo a lo lejos. Mejor no saber cuánta soledad cabe en cada uno de sus silencios. Cuántos hijos y nietos caben en una sola tristeza y cuánto desconsuelo en un solo recuerdo. He escrito a la que quizá nunca fue madre ni esposa. A la calma, la juventud, a esa foto que guarda, al aire gallego, al tapete de ganchillo y la receta que borda… «Y si no puedes responderme, no importa. Me lo dirás de palabra cuando te lleve la bufanda, antes de que el invierno se escape, que desde León es un paso...»

Bravo por ese grito hablando en plata, dándole un mínimo de dignidad a la fiesta del consumismo, reclamando una lluvia de cartas para la soledad plateada.
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