Poca gente se toma en serio a ‘Los Simpson’, no sé si porque tienen cuatro dedos en lugar de cinco, si porque son amarillos, si porque son una fría animación, o por una suma de todas esas originales cualidades. El caso es que el otro día vi un episodio de la última temporada en el que Homer, tras una serie de fortuitas desdichas termina convirtiéndose en una especie de policía de barrio. El capítulo transcurre ahondando en su corrupción según va acaparando poder, dinero y responsabilidad; chantajea a una camarera para que le invite a cenar utilizando su potestad protectora, requisa objetos a su antojo de la gente a la que amonesta con sanciones… El dulce de las mieles del poder convirtió su cometido en un pasteleo saturado de glucosa. Matt Groening volvió a caricaturizar a la sociedad a través de sus personajes.
El caso Koldo manifiesta que la avaricia germina en cualquier rincón y en hombres de toda condición. Ni un paisano nuestro, un subteniente de la Guardia Civil, está libre de caer en la tentación. Hay que trabajar una gran fuerza de voluntad y fijar los pies en el suelo con el ancla de los ideales para inmunizarse contra el afán acaparador. Más que ansia por acaparar es un deseo húmedo de tener una sensación artificial de dominio. Enrique García-Máiquez reflexionó sabiamente en un artículo en ‘El Debate’ en el que venía a decir que los políticos en realidad no mandan tanto y que la concesión de contratos y mordidas era la única influencia tangible de la que podían hacer uso. La historia de la humanidad se cuenta con la dominación de unos hacia otros. Cualquier criatura es vulnerable a la excitante sensación de tener el control.
Leía la noticia de la conductora de autobús de que conducía presuntamente de forma temeraria en el trayecto hacia Boñar y pensaba en lo poco que miman su responsabilidad gente como esa que tiene a su cargo 33 vidas. La susodicha seguramente estuviese poseída por el morbo de llevar el timón de las cuatro ruedas, esa seguridad de quien sabe que posee la posición dominante sobre otros es lo que hace que uno termine saliendo al arcén perdiendo el norte de la brújula.