Setiembre se muere
en el serrín de las escuelas.
Nos abrazábamos
en una estación de muros
desconchados
y en el filo
relucían uñas
donde nunca se posaban
los pájaros.
Siempre había
una locomotora decrépita
que no sabía dónde ir.
A la espalda
de tus ojeras
y de mis manos huérfanas,
los trenes se amontonaban
en una herrumbre de bisontes.