A lo mejor hubo
un cine de señoritos,
con merengues de canela
y bigotes de pincel,
pero el que yo recuerdo
era espejo de la vida,
y en la sesión doble,
entre pasillos angostos
y luces de bohemia,
el protagonista y los secundarios
se morían de hambre
y por el brillo
de sus ojos
y el temblor
de sus labios,
poco parecían fingir.