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Se avecina un año de resistencia y asedio

15/01/2024
 Actualizado a 15/01/2024
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Las votaciones de los famosos primeros tres decretos del año han puesto sobre la mesa, si no era ya evidente, la complejidad a la que se enfrenta Sánchez en esta legislatura. Quizás el presidente se ha sorprendido de la dureza negociadora de Puigdemont, allá en su Waterloo, o, al menos, le habrá parecido excesiva, incluso algo descarada, así, a las primeras de cambio. 

Pero es lo que hay. La foto de Cerdán y el líder independentista catalán en Bruselas parece hoy un retrato aseado y blando, un encuentro sin heridas, en los mullidos sofás de Europa. Era una imagen icónica y como tal funcionó. Pero, como acertadamente dijeron desde Junts, o dejaron entrever, aquello no era el final de nada, sino solamente el principio. Sánchez sabe ya, por si lo había olvidado (que no lo creo), que se enfrenta a una tarea mayúscula, ciclópea, llena de rocas y de cantos de sirenas, y que le costará un mundo llegar a Ítaca. Pero, a pesar de todo, estoy seguro de que piensa que el enorme esfuerzo (enorme desgaste también, me temo), ha merecido la pena. El caso es ir tirando, llevar el gobernalle a pesar del oleaje y el paisaje embaucador, el caso es dirigir el barco a pesar del gran peligro de la jornada por delante.

Quizás se aplique la máxima, de perfume cervantino: «ladran, luego cabalgamos». Dicho sea sin ofender. Colocada la flecha en el arco, no puede hacer otra cosa que partir. Y ahí está, en olímpico vuelo, sorteando ya las mil dificultades, no sólo de la oposición, o de los rivales políticos, sino, por qué no decirlo, de los próximos, de las izquierdas y de los pactantes in extremis. Ya decía Pío Cabanillas: «¡Al suelo, que vienen los nuestros!». En tiempos de tribulación sería mejor no hacer mudanza, pero hoy eso semeja un imposible. Sánchez sabe que asoman las rocas por doquier, pero aún así él también quiere navegar. Ha de hacerlo, pues ha ganado el puesto del timón. 

Sánchez sacó adelante sus dos decretos anticrisis, no sin cesiones. Esas que Feijóo considera inasumibles, como considera inasumible casi todo lo que viene sucediendo en las últimas semanas. Al gallego le han construido (o se ha construido él) un andamiaje que sirve a la vez de asedio y resistencia, un lugar que no es el balcón de Génova exactamente, lugar de celebración, sino una avanzadilla que viene aliñada con la dureza de asesores y mentores, un grupo en el que confía para demoler la numantina resistencia de Sánchez, al menos a largo plazo. Nadie puede criticarle por eso, aunque está por ver si esas son las mejores artes de Feijóo, educado en una política más sencilla y menos pendenciera durante sus mayorías absolutas en Galicia. Pero Madrid es Madrid, queridos, y esto es lo que hay. Sánchez parece más gato que nadie, con siete vidas como mínimo, y siempre se agarra al último clavo (ardiendo o no), y camina con placer sobre el alambre, quizás una de sus actividades favoritas (no sólo los paseos en bicicleta de montaña, que también…). 

La resiliencia del presidente, aquella de la que hablaba, no parece algo que se dijera a humo de pajas. Y lo cierto es que los acontecimientos le están obligando a ella, y, probablemente, más que le obligarán. Sacar adelante las dos votaciones de los famosos decretos de inicio de año habrá supuesto dejarse pelos en la gatera, ya que de gatos hablamos, pero también habrá servido de entrenamiento (ganar en los minutos de descuento, o sea), y de aviso para navegantes. 

Puigdemont no se lo pondrá fácil y, lo que es peor, el daño puede estar en que algunas cesiones (para obtener los votos) puedan desembocar en resultados indeseables, como podría ser el caso de las competencias de inmigración. Ayer, en una entrevista con ‘El País’, Sánchez aseguraba que eso es materia del gobierno central, y nada más. Feijóo ha visto una agarradera legislativa enorme en estas supuestas cesiones migratorias. Y la ha aprovechado de inmediato. En realidad, Sánchez sufrirá si el ideario progresista, que por supuesto apoya mucha gente (se vio en las elecciones), aparece comprometido. Un efecto indeseado sería un cambio duro en las políticas migratorias, por encima de lo que se marca en Europa. 

En las famosas votaciones de los decretos, que se leen estos días como las vísceras de las aves en la antigua Roma, apareció también un nuevo iceberg en las relaciones políticas. Ya se veía su parte flotante, pero ahora se ha revelado el tamaño de la parte sumergida. Podemos, que reconfigura a toda prisa su status en el espectro político y se rearma para las elecciones europeas, mostró con contundencia ese desacuerdo con Yolanda Díaz, un árbol que Pablo Iglesias lleva agitando un tiempo desde su relativo retiro. Es un paso arriesgado, si de apoyo a los desfavorecidos hablamos, pero parece que para los morados era necesario encontrar el momento perfecto para subrayar las diferencias con Sumar. Sánchez sabía que ese inconveniente puede corregirse con rapidez, pero de pronto los decretos se han revelado como una técnica compleja, sujeta a problemas en las votaciones, como se ha visto. Esto hará que las estrategias cambien, muy probablemente, en un congreso fragmentado en el que sólo se puede ganar por la mínima. La imagen de las aperturas parlamentarias ha quedado patente, a qué dudarlo. 

Sánchez puede sufrir el efecto de aquello que Fraga decía (o quizás antes Winston Churchill) «la política hace extraños compañeros de cama». Si eso ocurría en el pasado, imaginen en los parlamentos actuales, donde el bipartidismo casi ha desaparecido. Ya puestos, pueden usar aquello tan bien traído de «con estos bueyes hemos de arar», que, metafóricamente claro, es un dicho habitual de la política. 

Sánchez sabe que el desgaste de materiales es inevitable, y que ese desgaste le puede llegar, como se está viendo, por la izquierda y por la derecha, y no porque huelan sangre los adversarios, aunque también, sino porque es la mejor forma que tienen de crecer en la refriega electoral, sobre todo si consideramos que este año que comienza va a ser electoralmente decisivo (ahí está ya Galicia, a la vuelta de la esquina). Feijóo lo resumió bien, y diría que, esta vez, sin acritud, el pasado sábado: «este es un tiempo muy complejo», vino a decir. Parecía que al fin había dejado atrás la amargura de la derrota por un puñado de votos, y que se decidía a abrir una nueva agenda, limpia y sin líneas previas, convertido, parece ser, en adalid de la igualdad. 

Y en esas estamos. Nos dirigimos a un año de resistencia y asedio, a partes iguales. A un año de equilibrios muy delicados que, como dicen en el fútbol, se decidirán por detalles. Pero es que el diablo está en los detalles, o sea. 

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