22/01/2024
 Actualizado a 22/01/2024
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Celebrado ya el San Antón (San Antonio, el patero, el diecisiete de enero) e inmersos en las tribulaciones del invierno, a quienes no tenemos otra obligación que no sea subsistir, nos asaltan los recuerdos y «no damos abasto» a bañarnos en ese «nar de la memoria» del que habla nuestro Antonio Manilla, uno de los pocos herederos de aquel espíritu que inspiró a muchos de los escritores leoneses de un aún cercano ayer.

Ahora ya casi nadie, ante los dislates, se hace aquella pregunta: ¿A santo de qué? Y es que, ahora, se sabe enseguida quién o qué está detrás de todos y cada uno de los misterios. Entonces, no. Entonces solamente se podía sospechar. Por eso se necesitaba estar siempre muy alerta y, cuando te proponían participar en algo con ínfulas de prosperidad, te maliciabas algo turbio y te preguntabas: ¿A santo de qué me van a ofrecer a mí algo que produzca beneficios o placer?

Ahora somos corderos, y entonces éramos lobos. Ahora navegamos por «el caudaloso río de la nostalgia» y no nos sobresaltamos ni cuando nos hablan de la legalidad de la amnistía, ni nos sorprende que hasta el tenista Nadal fiche por los millonarios con la disculpa de contribuir al aumento de la afición al tenis en aquellos arábigos cielos. Ni siquiera nos sobresaltamos cuando se nos informa del intento de cambiar el Estatuto Internacional Jurídico del lobo, para que este animal pueda pasar de una vez de «protegido» a «cinegético». Y es que la realidad se impone y, como dice Jesús Manuel González Palacín, de la UCCL: «Están en más peligro de extinción los ganaderos que los lobos».

Pero otro asunto es: ¿A santo de qué dejar se seguir siendo lobos para convertirnos en corderos? Pues, muy sencillo; porque los años pasan y las fuerzas menguan y los tiempos cambian, y no es cuestión de permanecer por siempre instalados en las razones que no nos llevaron a ninguna parte. A algunos, a alguna, sí; a la poesía que ha sido la única ocupación que pueda considerarse digna de vivir muy por encima de las propias posibilidades. Es la única forma de poder dolerse de la vida sin doler. Como Alberti cuando se queja de que los lobos le han matado a su corza blanca: «Mi corza, buen amigo / mi corza blanca. / Los lobos la mataron / al pie del agua. / Los lobos, buen amigo / que huyeron por el río. / Los lobos la mataron / dentro del agua».

Aunque, cuando llegue el otro San Antonio, el 13 de junio, los viejos poetas seguiremos preguntándonos: «¿A santo de qué?».

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