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Sánchez, en la tormenta de julio

05/06/2023
 Actualizado a 05/06/2023
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De pronto estamos otra vez en medio de una campaña electoral, o lo estaremos en breve, cuando muchos pensaban que habría algunos meses de tregua, al menos hasta diciembre. Nos imaginábamos una tregua de verano, tan dulce, de noches largas en las que salir al fresco de la madrugada (cuando lo hay). Una tregua para olvidar un poco el ruido y la furia, el entrechocar de afiladas espadas dialécticas, los argumentos más basados en lo peyorativo que en lo constructivo, esa formidable gresca polarizadora en la que vivimos.
Pero Sánchez, reunido la noche del descalabro, mientras los datos caían como una granizada de fuego desde los platós que informaban de las votaciones, pensó con rapidez que no podría sobrevivir a un verano de heridas sangrantes. No era el caso pensar en arrastrar la pesada carga de mayo durante varios meses, hasta alcanzar a duras penas el umbral de la Navidad. No era el caso mostrar abiertamente las señales del desgaste, quizás inevitable, dejar que la oposición se regodease en ello libremente.
Y ahí fue donde Sánchez, que suele animarse a las soluciones un tanto sorpresivas, llamó a elecciones generales en el transcurso de la noche triste. Los Populares se mostraron extrañados, aunque lo habían pedido varias veces. Nadia auguraba tan rápido movimiento, ni siquiera los acérrimos rivales: sólo contemplaban el tamaño de la derrota. Sánchez pareció decir: ¿queréis un plebiscito? ¿Un verdadero plebiscito? Pues aquí lo tenéis. Y ahora, en efecto, el 23 de julio, pedirá que se diga abiertamente si, como parece, ya no goza del apoyo que un día pudo haber tenido, si realmente se apuesta por otro modelo de país, o si todavía existe alguna posibilidad de arreglar lo suyo, o lo nuestro. Nadie le niega valentía en la decisión, precipitada por la mala noche, nadie le niega reflejos en medio de la batalla, porque lo que algunos juzgaron suicida, fruto de la decepción del momento, otros muy pronto interpretaron como la única maniobra posible, dadas las circunstancias. Porque no podía alargarse más la sensación de fragilidad, el perfume de la derrota no podía envolver el calendario hasta diciembre. Era necesario, en efecto, moverse con agilidad, tanto que algunos lo vieron como una revancha, como un órdago, dispuesto a demostrar de nuevo que es capaz de torcer el brazo a lo que parece inevitable.
Hay analistas que creen que Sánchez no llama a la victoria, sino a la resurrección. El desgaste de las coaliciones es algo bien conocido en política, pero en su caso llegó casi al extremo. Demasiados acontecimientos se precipitaron, incluyendo el disgusto de no pocos barones, que, al perder poder en mayo, se sintieron agraviados por la deriva. Porque ha sido mayor la pérdida de poder que la pérdida de votos. Y a eso se agarra Sánchez, en un contexto de nuevo fragmentado, inestable, con los potenciales socios a la izquierda de la izquierda aún sin decidir definitivamente cómo será su aspecto, que forma tomarán ante las urnas.
Como se espera a Proteo en las mareas, así espera Sánchez las decisiones de Yolanda. Y las de Podemos. Hay pocos días, apenas cinco, para aclarar la vasija que contendrá el mensaje electoral, para darle forma definitiva a la proteica efigie de Sumar. Sánchez espera un tiempo nuevo. Necesitará apoyos, quién lo duda, ya no es tiempo para soñadas mayorías, salvo quizás en el olímpico vuelo de Ayuso sobre el cielo de Madrid. Pero la nueva izquierda de la izquierda fue también castigada en las urnas de mayo, así que Sánchez necesita algo distinto, algo que el electorado perciba como un nuevo pacto sin rémoras de antaño, algo que vaya más allá de la etiqueta.
Sánchez, pues, plantea un todo o nada, una disyuntiva sin ambages, quiere saber si aún le quieren lo suficiente (o un poco, al menos) como para poder intentarlo de nuevo, aunque dicen que en mayo no vio venir el tamaño de la derrota, lo que resulta inexplicable. Experto en resurrecciones, Sánchez quiere reinventarse, renovarse para la cartelería, y ni siquiera parece blandir sus buenos resultados económicos, sino que prefiere un discurso más ideológico, advierte contra los apoyos que la derecha podría necesitar, a buen seguro, y plantea que esta es una lucha entre la modernidad y la ola de neoconservadurismo (’trumpiano’) que recorre el mundo.
Hay de nuevo un regreso a la feroz confrontación, y los argumentos ‘ad hóminem’ vuelven a aparecer en el horizonte. Se espera una campaña dura, durísima, porque es la elección del todo o nada, un ejercicio de resistencia al que Sánchez está acostumbrado, todo hay que decirlo, como si le pusiera mucho esta debilidad de cuerpo que le han dejado las urnas de mayo. Es Sánchez navegando en medio de una tormenta desfavorable, con todos los dioses irritados, y no pocos mortales. Pero no va a rendirse fácilmente al oleaje desatado, explican los que lo conocen bien.
Feijóo navega en cambio con rumbo favorable. Empujado por los vientos de mayo, sabe bien que han ganado muchos de los suyos, pero no él. Sabe bien que la victoria no es suya, que esa no está aún confirmada, y quizás por eso la timidez mostrada en el balcón celebratorio de Madrid, donde Almeida y Ayuso gozaban del fervor popular: pero España no es Madrid, insisten algunos, puede ser un síntoma, de acuerdo, pero cada cosa a su tiempo. Feijóo se encuentra a un Sánchez en horas amargas, pero también es capaz de entender el tamaño de su apuesta, su órdago inmediato, su veloz convocatoria, porque Feijóo conoce bien los engranajes de las elecciones.
‘Derogar el Sanchismo’ se convirtió en un mantra ‘ad hóminem’, seguramente excesivo, que situaba en Sánchez todos los males posibles, porque el éxito reside en lo concreto, en la delimitación de los objetivos. Funcionó, reuniendo una idea dura y directa, que, en el fondo, venía a descabalgar toda una legislatura, a negarlo todo, identificando a Sánchez con la catástrofe. Nada es exactamente así, evidentemente, pero las campañas no atienden demasiado a los matices. Ahora, la labor de Sánchez consistirá en revertir esa idea, mientras recuerda que Feijóo, también, tendrá que mirar a Vox, salvo milagro extraordinario. Un asunto engorroso, cuando, al tiempo, el centrismo de lo que fue Ciudadanos (ya muy debilitado) parece refugiarse en la derecha. ¿Cómo conciliar posturas tan dispares? Un alma doble se agita en los dos grandes partidos, que quizás necesitan pescar votos en lugares distantes. Para depender menos de los pactos, que tanta fatiga de materiales producen a lo largo de las legislaturas. Sí: ya llega la tormenta de julio.
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