jose-miguel-giraldezb.jpg

Sánchez en la hora decisiva

29/04/2024
 Actualizado a 29/04/2024
Guardar

Cuando escribo estas líneas, Pedro Sánchez estará en sus últimas horas de reflexión, si es que no lo tenía ya todo reflexionado de antemano. Hay quien afirma que, antes de sentarse a escribir la larga carta a la ciudadanía, al parecer a la vera de su mujer Begoña, ya había decido romper la baraja, o poco menos, hastiado de la situación, y que fueron sus acólitos y eso que se llama, no sé si de manera muy afortunada, el núcleo duro del partido, los que le convencieron de que se diera un margen, unos días, un paréntesis y que se fuera, como dice el otro, al rincón de pensar. Y, al parecer, en esas estamos. 

O, más bien, en esas estábamos. Cuando usted, querido lector, aborde este artículo, quizás Sánchez haya terminado ya con el suspense. Quizás ya se haya producido una rueda de prensa, un comunicado, algo de cierta enjundia verbal (porque con un escueto tuit no creo que sea suficiente, considerando que la carta tenía cuatro folios…) y ya Sánchez haya revelado el resultado de su meditación, de su reflexión, de su paréntesis. Pero, mientras escribo, aún se desconocen las intenciones del presidente, que, todo hay que decirlo, descolocó a propios y a extraños, a los suyos y a los de la oposición, con el método mediante el que anunciaba que entraba en modo ‘stand by’, y que volvería precisamente hoy lunes con la decisión tomada. 

La oposición lo interpretó de inmediato como un signo de debilidad y, eso dijeron, de irresponsabilidad. Sánchez, a menudo imprevisible, sin duda una de sus fortalezas, parecía de pronto tocado, quizás bastante noqueado, pero, en lugar de utilizar su táctica de resistencia, a la que dedicó un libro entero, parecía rendirse, incapaz de soportar la situación: ya en el Congreso había dado síntomas de que la mañana no iba nada bien. Luego, la carta. Feijóo no pareció entender el método utilizado por el presidente, que, en medio de la polarización de hierro que vive la política, apelaba nada menos que al amor.

Se diría que el propio Feijóo se sintió descolocado, como si no comprendiera la súbita debilidad de un Sánchez que no se parecía nada al de los tiempos del Peugeot, al de sus retos personales, al Pedro acostumbrado a caminar sobre el alambre como si tal cosa. ¿Era posible que se estuviera rindiendo? Si era así, estaba claro, como se ha dicho después, que sus rivales habían encontrado su talón de Aquiles. Nunca hasta ese momento Sánchez había renunciado a una buena refriega, a mantener el tipo contra viento y marea, pero, de pronto, parecía que toda esa antigua energía, reconocida hasta por sus enemigos, le había abandonado. ¿Era posible? ¿De verdad Sánchez amenazaba con irse? 

En este largo fin de semana hemos asistido a cientos, a miles de explicaciones sobre el curioso fenómeno epistolar del presidente. Mientras él permanecía en silencio. ¿Fue el resultado de una acumulación de desengaños? ¿El miedo a un futuro oscuro, a una legislatura difícil, quizás ingobernable, que se amasa ya en el horizonte con los puigdemones insaciables, entonando sus letanías en las faldas de los Pirineos? ¿Fue, como dijo él mismo, la cuestión familiar, el sentimiento de que el gran oleaje llegaba hasta las mismas puertas de la casa, algo que ya no iba a tolerar?

Tal vez ha sido todo un poco. Aunque siempre hay una gota que colma el vaso. Sánchez escribió una carta a la ciudadanía en la que, en medio de otras muchas afirmaciones, aseguraba que él es un hombre enamorado. Y esta narrativa produjo un enorme desconcierto. Por inhabitual, supongo. La oposición tildó el movimiento de estratégico. En los tiempos que corren, la política no acepta estas cosas del querer, ese relato que Feijóo comparó con el de un adolescente. El amor en los tiempos de la cólera no parece tener su sitio. 

Pero más que el recurso al enamoramiento, que Sánchez colocó por encima de la política, y por encima de la mismísima presidencia del Gobierno, sus rivales criticaron lo que consideraron una muestra de victimismo y, sobre todo, una manifestación de debilidad. ¿Puede un político ser débil y además hacerlo público? ¿Cómo era posible que el autor de un manual de resistencia, sacerdote del nuevo socialismo, el hombre que había retado al aparato de su propio partido, que había llegado, se había ido en busca de las carreteras secundarias y había vuelto para vencer, se desvaneciera ahora en el aire, se convirtiera en un político en retirada, agotado, como vino a decir, por el ruido y la furia? Algo no se entendía muy bien. ¿No era este el presidente altanero, narciso ante el espejo, que la oposición dibujaba una y otra vez como alguien pagado de sí mismo? ¿No era este el paladín de las seguridades, el caballero indestructible que caminaba con gallardía sobre los más altos acantilados de la política?

Esa oposición que tantas veces lo presentó como un hombre poco proclive a las emociones parecía descolocada con su apelación al enamoramiento, pero se lo tomó con ironía. En medio de la perplejidad por el uso del método epistolar, se declaró que Sánchez ponía al desnudo una debilidad imperdonable. Algo que un presidente no podía manifestar. En tiempos de argumentarios de flor de cuchillo y de discursos de hierro, la mandíbula de cristal que ahora exhibía Sánchez no parecía tolerable ni estética. La política de hoy exige mandíbulas de acero o de titanio, el lenguaje es feroz y despiadado, porque sólo desde la polarización parece que se entiende la discusión entre partidos. ¿Qué hacía ahora Sánchez huyendo, replegándose, batiéndose en amorosa retirada hacia sus aposentos? A buen seguro, un Sánchez braceando en medio del agobio, ante el campo minado de la legislatura, resultaba más interesante para los que aguardaban su derrota. 

Sánchez habrá escuchado el clamor de los suyos desde la soledad de Moncloa. Nada que no esperase, pero no se sabe si será suficiente. Ministros y gentes de base, unidos en la calle, le pidieron que reconsiderase su postura. Zapatero ha sido, una vez más, como en la campaña electoral, su más firme defensor. Durante cinco días hemos asistido a escenas inéditas en la política española. Este paréntesis, esta pausa, esta burbuja de reflexión, termina hoy. Nadie sabe a ciencia cierta lo que este momento Hamlet nos va a deparar. 

Sea parte de una estrategia o no, o el resultado de mil insatisfacciones juntas, lo cierto es que el suceso revela que son estos malos tiempos para la política. Todo se ha extremado, todo se ha hecho más inmisericorde. Y las dudas de Hamlet sólo parecen revelar los flancos atacables, el lado demasiado humano, algo que no parece aceptable en la política actual. Hay un cierto atractivo en el reconocimiento de la propia debilidad, aunque Feijóo no lo crea. Pero, en fin, el suspense se acaba. Pedro decide, o habrá decidido ya.

Lo más leído