30/10/2022
 Actualizado a 30/10/2022
Guardar
Cualquiera que haya estado en una reunión de la comunidad sabe del valor tan alto que tienen los acuerdos. Lo difíciles de alcanzar que son, lo positivos para la convivencia. No hace falta perdonar lo que nos hizo aquel, ni olvidar el juicio que perdimos porque otros se emperraron en denunciar, pero hace falta querer avanzar y sacrificar parte de nuestras expectativas. Merece mucho la pena, por nosotros y por los que vengan a disfrutarlo en el futuro.

Pero como estamos hablando de comunidades y nada más, hay que reconocer (además del daño irreparable a la ficción televisiva que han causado) que en ellas se contemplan excepciones para las que el tan complicado acuerdo no es imprescindible. La Ley de Propiedad Horizontal dice que mientras habite en un edificio persona con discapacidad o mayor de setenta años es obligatorio (no requiere ni siquiera mayoría) hacer accesible el portal a través de una solución arquitectónica, siendo la más habitual la construcción de una rampa.

Y no vale cualquier rampa, porque si es muy pronunciada puede suceder lo que le pasó a mi madre hace años ayudando a mi tía cuando le prescribieron uso temporal de silla de ruedas. Bajaban a tomar un café y en el portal había rampita. Rampita que predispuso a mi madre a bajar de frente en plan autos locos. Debió de pensar que la gravedad no iba con ella. Un jilguerín sujetando la silla de ruedas, la pendiente como un puerto de primera. Y así acabó, como Piernodoyuna cuesta abajo y sin frenos arrastrada por la velocidad que cogió la silla con mi tía a bordo.

Se recomienda que la rampa sea como mucho del 10 o 12 %, lo que significa que por cada diez o doce centímetros de desnivel a salvar se necesita un metro de largo. Ya pueden ponerse ustedes a echar cálculos del espacio necesario para ejecutar una rampa allá donde observen escaleroncia soberbia y trasnochada o rampa imposible como la del portal de mi tía, donde no hubo nada que lamentar porque estaba mi tío esperándolas abajo y, muy constructivo (en vez de gritar en plan angustias ¡que entornas! ¡que os esnafráis!, lo cual era un clásico en mi casa dicho con otras palabras) hizo de parapeto y frenó el estampiñe.

Yo lo hago, voy por ahí calculando rampas. Y suele salirme que, como en algunos ambiciosos acuerdos, hacen falta muchos muchos metros para salvar el desnivel. ¡Pero será por espacio!
Lo más leído