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¡Qué lerdez!

25/06/2023
 Actualizado a 25/06/2023
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¿Usted es de los que no debate? ¿Y piensa de verdad que puede llegar a una forma de conocimiento un poco lúcida solamente leyendo, escuchando y observando? Pues se equivoca, amigo. ¡Qué lerdez! ¡Pregúntele (si no me cree) al sabio Michael Sandel!

Se aprende la tira escuchando, es verdad. Pero no todo el monte es orégano. Alguien con mucho carrete solo es soportable si es lo voluntariamente divertido que fue Luis Mateo Díez en San Feliz el miércoles. Alguien como aquel colega que hacía tanto que no veía y me suelta todo el revuelo sentimental en que anda metido sin respirar diez minutos, es un poco apabullante.

¡Cuántos de discurso único, cuántos que no quieren entrar en liza verbal! En el ámbito político debatir o no querer hacerlo tiene unos significados y unos riesgos. En la esfera privada comporta otros muy diferentes. Ahí, debatir es enriquecedor la mayor parte de las veces. Por eso debatir debería ser una práctica habitual en todos los rincones. No hasta el punto de debatir para escoger la marca de sal fina con tus compañeros de piso pero poco menos. Los debates ayudan a cambiar de opinión. Y ya se sabe que cambiar de opinión no es mentir sino crecer.

Transigir en cierto modo. Levantar la voz para luego poner la antena. No eres tus convicciones.Entre tú y mis ideas, me quedo contigo (o no).

Está la práctica viciosa destructiva, muy extendida por ejemplo en las comidas familiares, del enconamiento de la discusión. Pero también ocurre que esas mismas reuniones contagian el vicio constructivo del debate para bien. ¿Cuñados? La dialéctica es más antigua y más necesaria que las afinidades familiares. Te hace ver que todo te puede ir bien. Un extremo y el otro. Durante la juventud solemos ser reactivos al status quo, luego podemos cambiar gracias al debate. Y, aunque es normal que se mantengan generacionalmente unas coordenadas ideológicas toda la vida, el voto flotante es el alma de la democracia.

Además, el ‘cool’ está en saber defender unas ideas. Eso que no se lo nieguen. De discutidor, polemista, abogado del diablo, incordio me tachan a mí como si acarrease un remolque de defectos. No soportan que los discutan pero los muy obtusos aceptan como si fuera normal que les suelten turras de varios minutos. ¡Qué lerdez!
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