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¿Qué fue del Transcantábrico?

09/02/2024
 Actualizado a 09/02/2024
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02.09 ilus
02.09 ilus

Ayer, mismamente ayer, estaba viendo una de las películas de la serie ‘Poirot’, el más que famoso detective investigador criminal, personaje inigualable de Agatha Christie, la que pasa por ser una de las mejores, sino la mejor, de las escritoras del género, interpretada por el actor David Suchet, bastante poco conocido en el mundo de la gran pantalla, pero, sin duda, el que ha dado la imagen de ese ‘pequeño belga’ más listo que el hambre.

Era ‘Asesinato en el Orient Exprés’, homónima una de sus más conocidas novelas y que, como es habitual en las series inglesas, cuidaba el detalle, el ambiente y la moda de ese tren que siempre se asoció al glamur, el lujo y estilo de la Belle-Epoque. Y claro al misterio, que para eso se escribió.

Indefectiblemente, no lo pude remediar, me vino a la memoria, cómo no, el Transcantábrico, un tren que nació, precisamente, como «nuestro Orient Exprés», salvando, claro, las distancias, no solo de longitud de recorrido sino también de sus propias circunstancias históricas, puesto en marcha hace 40 años, más o menos, con un recorrido muy modesto, hasta Cistierna y nada más. Nada más… y nada menos, porque ese fue el embrión de futuro tren que recorrería la cornisa cantábrica, tranquilo y sin prisas, para disfrutar, con tiempo, de unos paisajes preciosos, el norte sin duda los tiene, un gran servicio y un programa de actividades a la altura del proyecto.

Una gran idea, que supuso la recuperación de vagones históricos, su remozado y luego, que no estaban para muchos trotes, su sustitución por material igualmente histórico o absolutamente renovado, siempre con ese gusto demodé, pero de época.

Viento en popa a toda vela, o a todo tren, el recorrido se fue ampliando para cubrir toda la cornisa desde Vizcaya hasta Galicia. Se mejoraron los vagones, los servicios; un tren que era cada vez mejor. No era barato, eso sí, pero valía la pena. Es más, tenía el suficiente prestigio como para que la mayoría de los usuarios fueran extranjeros.

Todo estupendo hasta que, las cosas que pasan por aquí, la línea que salía de León, se evaporó. 

Dejamos de oír hablar de él, y, en mi caso personal, y a pesar de ser un ferrocarrilero confeso, también lo olvidé. Supongo que entre las idas y venidas de la integración de Feve, el tren-tran, las obras de la estación de Matallana y toda las historias que fueron y son de este desgraciado ramal de vía estrecha, pensé que, quizás por aquello de que ojos que no ven, corazón que no siente (o trompazo que te pegas que se decía también), el Transcantábrico había pasado a mejor vida.

Hasta que el ‘Asesinato en el Orient Exprés’ despertó mi curiosidad y decidí trastear por Internet, Google y aledaños, para ver que había sido de él. Y… ¡oh sorpresa! Seguía vivito y coleando. Y tan vivito y coleando, tanto que no sólo había uno, sino dos, un segundo en versión de aún más lujo.

Por lo que leo, el Trancantábrico de siempre sigue en marcha, mientras el segundo, el nuevo, de Gran Lujo, viaja de San Sebastián a Santiago de Compostela, ya con suites (nada de literas), con todos los servicios que un hotel de lujo puede dar, para 28 exclusivos pasajeros. Bueno, y el precio a nivel de servicio, todo hay que decirlo: nueve mil eurillos para 8 días (y 7 noches).

Y nosotros con estos pelos, para variar. Y es que parece que nos ha mirado un tuerto.

Es decepcionante ver cómo cosas propias, tal cual ésta, desaparecen del mapa, una detrás de otra, como si toda esta tierra tuviera una especie de mal fario.

¿Qué hemos hecho mal? O, quizás ¿qué no hemos hecho? Porque lo que no se va a Valladolid, se va o se queda en otro lado, con la desgracia de que, en este caso, para terminarlo de arreglar, esto de la línea de Feve se ha convertido en una especie de patada a seguir… pero sin portería a la que tirar. Las obras de los alrededores siguen, mientras las ya terminadas empiezan a presentar los achaques del paso del tiempo, pero sin tan siquiera haberlas puesto en uso. Bonito panorama. Con la cosa así, no parece que tuviera mucho glamur subir o bajar de un tren de tal calibre en el apeadero que es el fin de trayecto actual, aunque luego te lleven en limusina hasta la Catedral (en fin, es broma). Claro que todo esto abona lo que desde aquí muchas veces he escrito: vana es nuestra fe, y, cualquier día, si alguien se atreve a ponerle el cascabel al gato, se cerrará definitivamente.

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