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La pulcritud de lo público

09/10/2023
 Actualizado a 09/10/2023
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Por muy limpias o muy sucias que estén las calles de su pueblo o de su ciudad, que nunca estarán ni tan perfectas como aseguran unos ni tan desastrosas como critican otros, siempre he pensado que el mérito de que estén decentes recae al cincuenta por ciento entre quienes la habitan o la visitan y los responsables de mantenerla en condiciones. Pero es indudable que el tema de la limpieza siempre será un arma arrojadiza de la oposición y un argumento para colgarse la medalla quienes gobiernan.

Hay una asociación para la gestión de la limpieza y recogida de residuos urbanos que anualmente concede unos galardones a las instituciones y organismos que más destacan por su labor a favor del medio ambiente, el cuidado de los espacios públicos urbanos y toda esa cuestión. Son las escobas de oro, de plata o de platino y aunque a muchos nos parecen una tontería como la mayor parte de los premios y galardones que en ocasiones hasta se pueden comprar con dinero, hay quienes le dan una gran importancia.

Al margen de que funcionen bien o mal los servicios de limpieza de las ciudades los eventos multitudinarios desbordan siempre cualquier previsión. Lo primero porque las previsiones siempre son inferiores a los resultados y lo segundo porque la gente en estos casos se suele desmadrar. Y puede haber un diez por ciento de guarros por naturaleza entre todos los que participan, que no es tanto, pero en el fragor de la batalla hasta los menos guarros se comportan como cerdos.

Y al final toneladas de basura por las calles del casco histórico como ayer en León, por no hablar de cómo quedan los pavimentos donde hay una feria callejera con puestos ambulantes de comida y bebida que se prepara y se consume allí mismo. Cuando le tuvieron en vilo día y noche con el famoso virus chino le bombardearon con decenas de fotos y de vídeos donde los servicios de limpieza y hasta el ejército empapaban a diario con agua y lejía las calles, bancos, papeleras y farolas mientras la gente estaba encerrada en su casa. Pero ahora, cuando pasa la marabunta, nadie se acuerda de la pulcritud de lo público.

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