16/07/2023
 Actualizado a 16/07/2023
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A veces la realidad resulta tan idílica que parece inventada. Bordear temprano un embalse y pillar al sol recién levantado, haciéndose la cama, desenrollando una colcha amarilla sobre el agua, a medida que nosotros avanzamos rumbo a letras y corcheas, aunque hay quien lo considere sólo una ilusión óptica. Adentrarse en esa comarca donde la palabra inmensidad resulta pequeña y disfrutar de un concierto de guitarra y mandolina a media mañana, parecen placeres reservados a los reyes que venían a descansar a tierras babianas. Si el concierto matutino es entre las piedras del Palacio de Quiñones, con la sombra de un inmenso tilo convertida en patio de butacas, se aclara cualquier duda de lo que significa la palabra paraíso. Fue en ese paraíso donde arrancamos la semana con música y palabra compartiendo tiempo y espacio. Hasta la mandolina enmudeció a las doce en punto, respetando a la campana de la iglesia su repique. Sólo cuando la música guardó silencio, hablaron los cuentos de la Cuarta Antología de Calechos de Babia y Luna. Y sólo hubo que cruzar la portillera y pasar al jardín, reconvertido en comedor, para disfrutar de comida fraternal, calma y otra música. Digo otra porque no hay acordeón capaz de quedarse callado cuando, tras una larga sobremesa, el huerto se tiñe de tarde, la calma envuelve las cosas y la paz del ambiente abraza tanto que te impide abandonar el lugar.

Este acto, lejos de ser algo excepcional, se repite cada día en decenas de puntos de nuestra provincia porque es León tierra de bellos paisajes y paraísos, un día perdidos, que han sabido reinventarse y dar nueva vida a zonas en declive. Es tierra de escritores, poetas y artistas que, haciendo de la necesidad virtud, han sabido asentar la cultura sobre un patrimonio histórico que quedó en desuso. Una provincia cuajada de Monasterios sin maitines, iglesias sin fieles, monumentos religiosos y laicos que cruzaron un olvido y abandono temporales y renacieron como perfectos enclaves para exposiciones y actos culturales. Pinturas colgando de la historia de sus muros y esculturas enmarcadas por piedras milenarias que lo revalorizan todo. Ya no se concibe el Monasterio de Sandoval sin sus permanentes exposiciones. San Miguel de Escalada sin convocar música, voz y palabra o la Panera de Gordoncillo sin amasar saberes. Lugares emblemáticos a los que ya sumamos el viejo almacén de la estación de Matallana recién convertido en templo cultural para la provincia.

Saliendo al exterior, pero sin separarnos de las piedras, recordar el Castillo de los Bazán empapado de ‘Poesía para vencejos’ durante más de tres décadas. Ese encuentro de poetas que ojalá, tras el vuelo de Felipe, se mantenga mientras existan vencejos y poesía. Ojalá no emigren, aunque les sobren rumbos y destinos donde ir porque nuestros ríos y montes son hervideros de versos y palabra, en estos días de verano. Multitud de actos a los que se ha sumado el precioso proyecto Piano du Lac y sus conciertos de piano sobre el agua, que esta misma semana podremos ver en el azud del afortunado río Órbigo. Digo afortunado porque ahora, a los versos y la palabra de sus citas literarias ‘Poesía a Orillas del Órbigo’, se unen la música y la danza flotando sobre sus aguas. Estos días que tanto se habla de cultura no consigo ver bibliotecas repletas de libros o teatros tapizados. Veo un hayedo en el que Carmen Busmayor convoca a los poetas, sin miedo al lobo que acecha por si se derraman versos de Lope de Vega en el claro del monte, o a orillas de esos ríos en los que ya no abrevan animales ni los niños cogen moras en las zarzas. Ríos y bosques reinventados, donde se convocan la cultura leonesa.

Hemos bajado la semana desde Babia, donde el Grupo Pulso y Púa nos regaló aquel concierto matutino el domingo pasado, hasta el lugar donde el Omaña y el Luna pasan a llamarse Órbigo, los picos son valle y la montaña es ribera. Se nos hizo de noche siendo sábado. Una noche mágica en que otra mujer, Carmen Brañanova convocó y abrió las puertas de su casa a la cultura. Por décimo año, la luna y las velas iluminaron su inmenso patio, donde un centenar de amigos fueron atrapados por el embrujo del concierto nocturno que el Grupo Pulso y Púa nos regaló. Dicen que de la oscuridad de las piedras salieron melodías y cuentos hasta hace apenas unas horas.

Esto es cultura en la provincia de León. Recitales entre hayedos, montes y páramo. Poemas en soportales de piedra y en las choperas. Riberas convertidas en anfiteatros. Música y danza sobre el agua. Brujas. Aquelarres. Cultura en los valles y sobre las vías de un tren pausado. Poemas en castillos de piedra. Arte en la Ruta de los retablos de diez humildes iglesias. Cuentos a la luz de la luna en corrales de antiguas casonas…

Estos son nuestros edificios culturales, tan libres, tan nuestros, tan a cielo abierto que, como dejó dicho Virginia Woolf: «No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedan imponerse...». Quien sepa poner puertas al campo… que lo intente.
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