14/08/2015
 Actualizado a 13/09/2019
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Los grandes incendios son un problema ambiental crónico y, parece, que irresoluble. Los montes españoles están preparados para arder, sólo hay que esperar a que las condiciones meteorológicas sean propicias. En los años secos y ventosos, especialmente tras otros más húmedos y benignos, la posibilidad de que ocurran un gran incendio sólo depende de la voluntad del pirómano. ¡Bien lo saben ellos! Antes, sin embargo, los incendios de verano raramente superaban unas pocas hectáreas porque los montes estaban habitados, cuidados y pastoreados, es decir, había un equilibrio entre las funciones económicas y ecológicas. Ahora, por el contrario, grandes incendios como Quesada (Andalucía), Sierra de Luna (Aragón) o Sierra de Gata (Extremadura) han quemado ya en lo llevamos de verano más de 50000 hectáreas.

Pero ¿cómo acabar con este problema sabiendo que es prácticamente imposible recuperar el equilibrio territorial entre las actividades humanas y el fuego en las 30 millones de hectáreas considerados como forestales (55 % superficie española)? Ni se volverá al campo ni nuestras actividades podrán ser sustituidas por otras que recuperen el equilibrio fuego-territorio. La realidad es que se ha superado irremediablemente nuestra capacidad de prevención y, por ende, de extinción.La ignición y la propagación están directamente unidas al abandono generalizado de nuestros montes.

El medio rural abandonado es un espacio de impunidad para el pirómano donde la ignición es un problema de orden público. En España la mayoría de los incendios forestales provocados (que son responsables del 60 % de la superficie quemada) no tienen culpables, no hay condenas. La tasa de impunidad es la más alta de todos los delitos: sólo uno 1 de cada 5.000 incendiarios ingresa en prisión. Las políticas desarrolladas para solucionar este problema son nulas o nefastas como la nueva Ley de Montes que obstaculiza que los agentes forestales denuncien estos delitos ambientales y permite la recalificación de terrenos forestales que hayan sido arrasados por el fuego.

El problema de la propagación nos lleva a repensar cómo hacernos más resilientes a los incendios, es decir, cómo convivir con el fuego. Paradójicamente en los ecosistemas mediterráneos el éxito en las políticas de extinción pueden agravar el problema de la propagación. Finalmente nos enfrentaremos a incendios que evolucionarán a una velocidad e intensidad superior a la que se puedan contener. ¡Nuestros montes están preparados para arder! Ha llegado el momento de volver a reflexionar pero ahora sí, sin prejuicios o rémoras pasadas, desde la ciencia y la gestión integral.
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