Mucho se ha hablado últimamente de las bondades de la llamada «transición ecológica» y la necesidad de implementar cuanto antes las condiciones que impone la agenda 2030 para alcanzar objetivos que conformen un modelo de desarrollo medioambiental sostenible para nuestro planeta que frene o mitigue las consecuencias derivadas del cambio climático.
Conservar la Tierra en buen estado debe ser una prioridad, por supuesto. Al fin y al cabo, es nuestra casa y será también el hogar de nuestros hijos y nietos, pero los políticos legislan y proponen sin tomar en cuenta la situación de partida de muchos ciudadanos.
Hoy fui a comprar judías verdes a la tienda de la esquina y me topé con la sorpresa de que las judías del campo leonés se venden a 4 euros el kilo, mientras que las procedentes de Marruecos están a 1,50. Como a muchos españoles no me sobra el dinero, pero pensando en los agricultores y la tractorada, me arremangué y pagué las de casa, que esta gente tiene que comer y son mis vecinos. Y es que tienen más razón que un santo, a ellos les exigen unos protocolos y aranceles que los productos importados no sufren. Es pura y dura competencia desleal y es actuar de un modo completamente hipócrita, porque el cambio climático lo están pagando nuestros campesinos, pero miramos hacia otro lado cuando permitimos que entren judías desde el otro lado del estrecho mucho más baratas.
El aceite de oliva, siendo España la mayor potencia productora, tiene un precio al consumo actualmente de unos 9 € en nuestro país, mientras que en Noruega se vende por unos 5,60. ¿Esto cómo es posible?
Se nos obliga a circular por los centros de las ciudades con coches eléctricos o híbridos, pero el 80 % de la población tiene coches sin etiqueta medioambiental y no cuenta con el presupuesto necesario para cambiar de automóvil.
Y es que no ganamos lo que ganan ustedes, señorías. Aterricen. No estamos preparados, ni listos, ni ya.