05/02/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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Podría ser que yo dijese, por ejemplo: «Soy del tamaño de lo que veo». Podría ser, incluso, que a alguien le gustase. Podría ser, en fin, que todo quedase ahí. Pero lo más probable sería que a muchas de las personas que hoy leyesen mi columna la frase, de puro hermosa, les sonase. Y les bastasen cinco minutos para averiguar lo obvio: que me estaba intentando apropiar de una frase del poeta portugués Fernando Pessoa a la manera de aquel personaje de la película de José Luis Cuerda, ‘Amanece que no es poco’, que lo hacía con una novela del nobel William Faulkner. Nunca he entendido muy bien qué lleva a un autor a plagiar a otro. Reconocer que lo que uno sabe ha sido posible gracias al trabajo o al pensamiento de otro me parece algo absolutamente natural. Decir quién es autor de una frase, dónde encontramos el párrafo que aclara lo que queremos decir o quién encontró y transcribió un documento que a los demás nos valió para seguir investigando, es un acto de honestidad intelectual. Sobre todo desde el momento en que en nuestra cultura se afianza, define y valora el concepto de originalidad. Algo que en la Antigüedad era desconocido. Tanto, que a muchas de las obras de Plauto, el mejor comediógrafo latino, se les puede seguir la pista fácilmente hasta las correspondientes que el griego Menandro había escrito un siglo antes. Parece que hay gentes felizmente instaladas en el pasado, incómodas con el nuevo concepto de originalidad que quedó definido con rotundidad en el siglo XVIII. Sorprende sobremanera que, además, sea la Universidad la institución que concentra lo que eufemísticamente hay quien define como usos inadecuados de los materiales ajenos. Y asusta que algunos de estos fraudulentos usuarios sean la cabeza visible de alguna de ellas. Además de la manifiesta deshonestidad de que hacen gala, espanta que bajo ella pueda subyacer una cuestión monetaria basada en los sexenios de productividad investigadora. Se ve que la honestidad, sea del tipo que fuere, no está de moda. Vuelvo a Pessoa: «Para ser grande, sé entero».
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