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Pilar de la Hispanidad y del insulto

15/10/2023
 Actualizado a 15/10/2023
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La Universidad Internacional de La Rioja creó días atrás la primera plataforma científica que ha contabilizado las expresiones o mensajes de odio en las redes sociales. Más de un millón de mensajes analizados han revelado, ¡ojo al dato!, un porcentaje de siete contra uno alcanzado por el odio político en España, frente a otros odios como el machismo, la homofobia o la xenofobia.

En la importancia linajuda del odio, el gatillo es el rey, la agresión es la reina y su príncipe el insulto. Respecto a este último, proviene del latín con el significado de «saltar contra otro», «asaltar»; en especial, arremeter verbalmente contra una persona con la misión de mofarse de ella, tratarla de forma despectiva u ofenderla profundamente.

El insulto forma parte cotidiana de nuestra civilización como contrapunto a plegarias o ditirambos. Recientemente le ha sucedido a una mujer y a su sobrina a la entrada del Estadio Metropolitano para presenciar un partido de fútbol entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid. La pareja hubo de desistir de su deseo solaz debido a los insultos, incluso amenazas, de un grupo de desalmados hinchas rojiblancos. La niña, de color y vivamente acongojada, vestía una camiseta blanca con el nombre del rival jugador merengue Vinicius. Un caso más en que el insulto, escudado cobardemente en la masa, actúa como una especie de mecanismo expendedor del odio presto a ser descargado sin escrupulosidad alguna.

En el devenir del insulto, según el escritor, profesor y médico Pedro Gargantilla: «Si pudiéramos echar la vista atrás, seguramente el primer exabrupto nació como algo amorfo, sin forma definido, en un lugar intermedio entre el estómago y el intestino; y que, poco a poco, fue perdiendo aristas para ascender sin pausa hasta llegar a la glotis. Allí, con las cuerdas vocales por el amargor de la animadversión y del desarraigo, el torrente de bilis se convirtió en una catarata de sonidos contundentes y sonoros».

Con el paso del tiempo, los insultos, denuestos, vituperios, etc. son cada vez más habituales. Véanse, al respecto, los pitos y abucheos que recibe del clan insultante cualquier presidente socialista del Gobierno cuando asiste al desfile militar del 12 de octubre, festividad del Pilar y día la Hispanidad. A los gritos el jueves pasado de «hijo de puta» y «que te vote Chapote» contra Pedro Sánchez una vez más esta celebración se ha convertido en la «Fiesta Nacional del Insulto». 

Otra singularidad denotativa son los insultos que utilizan sus señorías en el Congreso de los Diputados desde sus confortables bancadas. Lo que más se escucha es «matón», «machista», «corrupto», «dictador»; y, volviendo al presidente en funciones Pedro Sánchez, «cobarde», por su mutismo en la sala durante las sesiones de investidura, tal vez, digo yo, por eso de que en boca cerrada no entran moscas.

A la hora de insultar en grado extremo, me atrevo a sacar a la luz el famoso dicho cartesiano «pienso, luego existo», (acostumbrada traducción del latín «cogito, ergo sum). En la actual coyuntura social y política de nuestro país se me antoja extrapolarlo en «Insulto, luego existo». 

También podíamos retrotraernos a la Segunda Guerra Mundial y fijar la mirada en el portón de hierro forjado a la entrada de Dachau (Alemania), donde rezaba la inscripción «Arbeit match frei» (El trabajo os hace libres). Considerando esta hipócrita formulación respecto a su función real de campo de internamiento como lugar de reeducación y trabajo, podríamos también extrapolarla en: «El insulto os hace libres».
 

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