29/11/2023
 Actualizado a 29/11/2023
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La primera vez que escuché a alguien citar a Mazzini fue a Antonio. Después de casarse por segunda vez con su mujer planeaba con ella su luna de miel. Irían a Bruselas, a visitar a uno de sus hijos, y después a Londres, a ver a otro. «No puedes vivir sin ellos», le respondía ella, «tanto que dices que los vencejos tienen que volar». Hacer las cosas por los hijos es la máxima de los padres educados en el siglo pasado, aunque ponerse en su lugar sin duda podría plantearse como el gran reto. A Antonio desde luego este ejercicio de empatía le provocó unos cuantos enfados y variados desasosiegos.

Decía el hombre que «la familia es la patria del corazón» y con esa máxima trabajó (por ellos) toda su vida. Cuando la pronunció por primera vez no sabía que un tiempo después estaría firmando su divorcio. Cuando yo la oí por primera vez tampoco sabía que años después la entendería de una manera muy diferente.

Sería el austriaco Rilke más tarde cambiaría ese sentido de la patria de Mazzini y se lo otorgaría a la infancia. Carlos se pasó los primeros años de su vida jugando dentro de un camión destartalado en el descampado de un pequeño barrio desde donde se imaginaba hazañas y aventuras solo dignas de los héroes que veía en los cómics y un tiempo después en la ‘tele’. Descubrir la infancia de Carlos en aquel momento conectó la de mis padres –cuyos primeros años de edad habían sido relativamente parecidos– con la mía, que siendo pequeña aprendí sobre cómo se divertían ellos cuando tenían mis –por aquel entonces– diez años.

Han pasado 22 años desde que vi a Antonio, a Carlos y al resto de su familia por primera vez. Y hoy será la última. No hemos mantenido la misma relación durante estas dos décadas, reconozco que ha habido distanciamientos y el viaje desde luego ha sido más intenso para ellos, que han vivido de todo. Su historia me ha puesto delante muchas y distintas ‘patrias’ y más aprendizajes de los que hubiera pensado cuando aquel septiembre de 2001 dejé que entraran en mi casa –y yo en la suya– sin conocerles casi de nada.

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