Secundino Llorente

Otra vez el bullying

23/03/2023
 Actualizado a 23/03/2023
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Más de lo mismo. Seguimos insistiendo en el acoso escolar. El País publicaba recientemente un artículo en el que habla de una creciente vía de investigación que trata de convertir unos espacios potencialmente más propicios para el acoso escolar en herramientas para su erradicación. Parte de un libro, ‘Todos contra el bullying’ de María Zambray y Antonio Casado, que recoge la historia de una adolescente, Lucía, que se suicidó a los 13 años en Murcia en 2017. Así empieza a contar la historia: «Hubo muchos pequeños detalles, pero el primero y más significativo lo descubrió su profesor de Educación Física. Lucía no quería ir a la clase de gimnasia, ni cambiarse en el vestuario. La traumatizaba imaginarse objeto de las burlas de los demás, que comparasen su cuerpo con el de las otras niñas, correr menos o con peor estilo; en definitiva, no estar a la altura y ser parodiada. Unas veces le gritaban: ‘Gorda, fea, das vergüenza ajena’. Otras, reían a carcajadas cuando la veían con pantalón corto; otras, cuando estaban en clase, le decían: ¿Te has mirado al espejo, asquerosa?’. Todo ello en susurros, para que no les oyera el profesor». Tenemos que desenmascarar el acoso escolar, tenemos que seguir insistiendo mucho de estas tragedias que se dan todos los días en los colegios, para que la sociedad se conciencie de lo importante que es este tema y las consecuencias gravísimas a las que puede llevar. En mi experiencia en los centros escolares destacaría tres espacios cruciales en la vida de los estudiantes como los más propicios para el acoso: los gimnasios, los recreos y los viajes extraescolares.

Hace muchos años, en los orígenes de internet, viví una experiencia muy interesante en uno de mis primeros destinos. Apareció una página Web en la que se podían hacer de forma anónima y secreta todo tipo de comentarios sobre nuestro centro, aparentemente sin ninguna impunidad y con toda libertad. Con el tiempo nosotros llegamos a leer todas estas anotaciones. No todo era negativo, pero la mayor parte de los comentarios «nos ponían a bajar del burro». Mandamos una copia-denuncia a la policía que nos devolvió con los nombres de los comentaristas. Fue una lección magistral para todos ellos que pasaron por el despacho de dirección acompañados por sus padres. Todo sirvió para poner las cosas en su sitio, pero lo que consideramos más positivo fue el comprobar que una alumna estaba siendo el objetivo de todo tipo de ofensas, humillaciones e improperios de sus compañeros en las clases de educación física por su talla grande de pecho. Se ‘cortó de cuajo’ el cachondeo para siempre. La profesora comenzó a enterarse de que en su nómina también debería constar su atención para evitar el sufrimiento de cualquier niño o niña acosados por los compañeros. Los alumnos pidieron perdón, pero de verdad. La niña y su familia se vieron liberadas para siempre de aquella guasa. Creemos que sí se ha avanzado bastante en este punto en los últimos tiempos, pero queda todavía mucho por hacer. Una niña o un niño que es un poco gordito, o que no es bueno el gimnasia, o que se queda al último en la carrera o que tiene algún defecto físico jamás debe ser un vilipendiado por el profesor. A partir de ahí cualquier mirada, cualquier sonrisita, cualquier gesto de sus compañeros puede estar clavando un puñal en la autoestima de ese niño. «Cuántos niños y cuántas familias solicitan la exención de educación física por este motivo, aunque aludan a otras causas o enfermedades para conseguirlo, y de este modo no pasan por esta vergüenza». De los recreos podría poner miles de anécdotas de lo más variado. Desde someter a un alumno a llevar a caballo a otro, a exigirle que le invite todos los días a un bocadillo para dejarle en paz. Para los profesores de guardia en el patio esta es su misión. En una ocasión un grupo de niñas de primero de ESO disfrutaban del tiempo de recreo jugando a baloncesto. Hacían dos equipos cada día y a jugar. La profesora de guardia se dio cuenta de que una alumna siempre se quedaba fuera en la elección de equipos. Un día paró el partido y las reunió en el salón de actos. Con muy sensatas palabras les preguntó si eran conscientes de lo que estaban haciendo con su compañera. Yo estaba presente y recuerdo perfectamente las palabras de la niña en cuestión entre lágrimas: «Amigas, yo sé que soy la más torpe y la que peor juega de todo el grupo, yo sé que pierdo muchos balones y que no sé jugar al baloncesto, pero salgo todos los días con ganas de participar en un equipo y al final me quedo sola porque nadie me ha elegido. Os ruego que entendáis la soledad y el vacío que paso al quedarme completamente sola en medio del campo». En ese momento se acabó la soledad y el acoso a esta niña. Pasó a ser la primera elegida. Gracias, profesora, por tu excelente actuación.

En los viajes sí puedo presumir de experiencia. Organicé muchísimos: todos los años los pequeños a esquiar, a la Expo de Sevilla o Zaragoza, todos los cursos tres autocares a Cataluña cuatro días con segundo ciclo de ESO, más de treinta viajes de diez días a Italia con primero de bachillerato. Estamos hablando de miles de alumnos y muchos la primera vez que pernoctaban separados de sus familias. Aquí nuestra prioridad era que «nadie se quedase solo ni un minuto en el viaje». Siempre iban organizados en grupos de seis a diez alumnos, sólo chicos, sólo chicas o mixtos, con un líder, el más espabilado, que organizaba y aglutinaba al grupo. El momento clave era el reparto de habitaciones. Lo hacíamos siempre en el autobús y allí, el grupo de profesores, utilizábamos todos nuestro recursos para que nadie se sintiera perjudicado. Objetivo: «Que sean felices con sus compañeros de habitación. Soledad y acoso cero, en el viaje».
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