12/12/2018
 Actualizado a 16/09/2019
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Hoy me toca mostrarme optimista moderado. Como esto del pesimismo o el optimismo pertenece al área de los sentimientos, las sensaciones, los deseos y los temores, no de los hechos y las certezas, exige una explicación, que en mi caso no puede fundamentarse sino en la observación de algunos cambios sintomáticos. Sintomáticos de movimientos soterrados, de choque de placas tectónicas de distintas capas sociales que, sobre un magma invisible, está sufriendo nuestra patria, nuestra sociedad.

La irrupción de VOX en el panorama político es uno de esos síntomas. Digo de entrada que no comparto el marco ideológico, mental y sentimental de VOX, que hunde sus raíces en el nacionalcatolicismo, el frentismo de las dos Españas (ya he escrito que no existen, se crean), un anticomunismo trasnochado (tampoco existe ya el comunismo) y una peligrosa tendencia al caudillismo, entre otros desvaríos. Pero eso no invalida su discurso (autonomías, emigración, impuestos, nación, igualdad, etc.) que sin duda aprueban hoy muchos ciudadanos, no sólo de derechas, ante la pusilanimidad del PP y Cs, sino de izquierdas, ante la degeneración de la izquierda oficial de Podemos y el PSOE.

VOX es un revulsivo necesario, y su futuro depende, no de ellos, sino de lo que los demás partidos hagan, porque no son sus méritos, sino los errores, claudicaciones, engaños y la corrupción de otros lo que ha hecho posible su surgimiento. La descalificación de brocha gorda, tanto del PSOE por boca de sus voceros y voceras, como la reacción histérica de Iglesias, apelando al fantasma del fascismo y la ultraderecha, es un recurso tan torpe como inútil, que sólo favorece a VOX. Nunca un nuevo partido lo tuvo tan fácil ante enemigos tan mostrencos.

Digo que la llegada de VOX puede ser buena para la democracia, no sólo porque ayude a canalizar fuerzas y sentimientos latentes que es mejor que no estallen como está pasando en Francia, sino porque va a obligar al resto de partidos a atender a la indignación, la preocupación, el miedo y la situación de abandono y crisis económica en que vive una mayoría de ciudadanos que ha perdido toda esperanza en los partidos actuales.

El empuje de lo que hemos de seguir llamando con propiedad «pueblo español», que no es un batiburrillo de pueblos étnicos o históricos inventados al gusto de los caciques y las oligarquías territoriales; ese pueblo de ciudadanos libres, responsables e iguales en derechos y obligaciones, resulta que está despertando del letargo ante la doble amenaza de la destrucción de la nación y del deterioro constante de sus condiciones de vida. Una mayoría de estos ciudadanos acabará haciéndose oír, por más vicisitudes, tensiones y enfrentamientos a que nos veamos sometidos durante los próximos años.

Porque la democracia, por más imperfecta y deficiente que sea, antes de destruirse acabará atendiendo al sentido común de la mayoría, que quiere una España unida, de españoles libres e iguales, vivan donde vivan, que corrija los disparates, el despilfarro y la corrupción de las autonomías, el sistema electoral y el poder totalitario de los partidos y, sobre todo, que intervenga de modo inaplazable para acabar con la insurrección de los separatistas que ya ha entrado en una espiral de violencia incontrolable.

Sí, soy moderadamente optimista porque todo irá empeorando irremediablemente y, llegado a un punto de no retorno, la fuerza de esa mayoría, hasta ahora resignada, levantará su voz, cambiará el contenido de las urnas y acabará en la calle si los cauces pacíficos no atienden a su llamada. No será un camino fácil, y seguramente no se cumplan los deseos profundos de esa mayoría, que pide una reforma radical del Estado, pero estoy seguro de que impedirá que volvamos a cometer los mismos errores.

Sólo lamento una cosa: que la izquierda sea tan torpe e incapaz de darse cuenta del sentimiento de igualdad y justicia que late en el corazón de la mayoría de españoles que quiere acabar cuanto antes con la pesadilla independentista, el guerracivilismo atizado con el espantajo de Franco y el fantasma del fascismo, los abusos de la ideología de género, la discriminación y persecución de la lengua común española, la corrupción infecta de partidos y empresarios, la voracidad de los bancos, etc. La izquierda, y no VOX, debería encabezar esta rebelión patriótica en favor de la igualdad, el orden, la ley y la justicia. Algo que interesa, ante todo, a la mayoría, o sea, a todos los trabajadores, porque sólo la defensa del bien y el interés común justifica la existencia de la izquierda.
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