Somos tripulantes de la tierra
no pasajeros,
escribió Marshall McLuhan.
En mi juventud soñé
con doblar el cabo
de Buena Esperanza,
a bordo de una corbeta
o un navío de ultramar,
sin más equipaje
que un buen tabardo,
la mirada limpia,
el alma libre de premuras.
Si acaso,
embarcado con valientes:
como los que llevan leche,
camino de Gaza,
para los recién nacidos.