27/11/2022
 Actualizado a 27/11/2022
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«Yo no te pido que me bajes una estrella azul…». Era martes y era el Día de la Música cuando los acordes se rompieron y Pablo Milanés salió al encuentro de la estrella que quiso que se mantuviera suspendida. Como preludio de algo mágico, ese día todas las noticias parecían estar en alto y aún no habíamos bajado la vista cuando nació el Novilunio de noviembre. Apareció la Luna Nueva engalanada con rosetones y destellos de vidrieras, como si los astros se hubiesen alineado con León. Las notas de su himno invadieron el espacio mezclándose con la voz de Milanés, que seguía tarareando a lo lejos… yo no te pido que me bajes una estrella… Estrella era la palabra clave, la que abrazó ambas noticias.

Llovió todo el día sobre León una lluvia de sonrisas que empapaba de un sentimiento mágico. Una niña de once años telefonea al salir de clase, gritando entusiasmada: «Las profesoras están muy contentas porque Pablo estudió aquí, como mamá». Todos los alumnos de Antonio Valbuena y del Instituto de Eras de Renueva eran Pablo. Todos los de Pastorinas o Padre Isla eran Sara. Todos los universitarios leoneses eran ellos. Y llueve. Lleva días lloviendo un orgullo contagioso que cala hasta los huesos. Sufrimos una ola de orgullo pandémico porque dos jóvenes leoneses nos han bajado las estrellas, sin pedírselas. León roza el cielo y aunque sea tierra de escritores y poetas, faltan las palabras para tanto.

Hoy se rompieron las fronteras para todos los alumnos de colegios y universidades públicas, ya saben que el esfuerzo te puede llevar al infinito y han visto la esperanza al fondo porque Pablo y Sara dejaron la puerta abierta. Ya saben que los sueños se alcanzan desde el suelo. Que un niño de la Omaña puede pisar el polvo de Sabugo, Garueña, de tu barrio y de Marte. Que una niña con Bierzo en los zapatos y sombra del Negrillón sobre su infancia, puede pisar la luna. Que dos nadies lugareños ya están propuestos como hijos predilectos, sus nombres bautizarán edificios, son recibidos por el Presidente del Gobierno y demuestran la importancia de no desdeñar esa España que están vaciando, donde se pierden talentos por la manía de centralizarlo todo en las grandes urbes. Lo ha dicho la ministra de Ciencia e Innovación: «que la educación pública tenga en León disciplinas como Aeronáutica o Biotecnología es una oportunidad». Esa oportunidad supone nada más y nada menos que el Campus de Vegazana haya parido dos astronautas para la Agencia Espacial Europea. Dos jóvenes leoneses, embajadores de España en el planeta (incluido el cielo). Esperemos que lo ocurrido les haga recapacitar sobre lo que un país pierde restando oportunidades a las pequeñas provincias.

Aunque en este momento nuestro techo son las estrellas y vivimos a la intemperie por no perderlas de vista, conviene despertar y recordar que esto ha ocurrido mientras se libra la batalla entre una veintena de lugares por ser sede de la Agencia Espacial Española, siendo León una de las aspirantes. Sería difícil de entender que dos jóvenes sean seleccionados entre 22523 candidatos y su tierra no lo sea entre una veintena de lugares. Tanto la Ministra como Pablo han declarado que lo que España invierte en ESA tiene un retorno económico, multiplicado por tres, generando riqueza. Esperemos que este sistema sea aplicado en toda la cadena y la aportación leonesa retorne a la tierra que les formó y ofreció al mundo. Ya regalamos el carbón, regalamos el agua ahogando a nuestros pueblos, regalamos riqueza que más bien nos fue expoliada. Esperemos, para variar, ahora que conquistamos el espacio, que se hagan las cosas de forma justa. Si la ESA devuelve a España la inversión hecha, multiplicada, España debe a León el mismo trato por ser la tierra que les dio la vida, los estudios y valores que llegarán al espacio, representando a su patria. El no estar obligada a la discreción que ellos demuestran en las entrevistas, permite decir alto y claro que, por derecho, esa Agencia Espacial les pertenece porque este país está en deuda con ellos. Sería muy difícil de entender que no esté en su tierra natal y ver convertidos en un nuevo expolio a dos jóvenes que nos han convertido en historia. En León ya hubo despegue. Estamos en órbita, vemos vidrieras en la luna, levitamos entre nubes y, como gente de campo que somos, tenemos los pies anclados en la tierra y los ojos en alto para leer el mañana en el cielo. Y dicen los viejos del lugar que las estrellas anuncian a gritos dónde quieren instalarse.

Nosotros no pedimos que nos bajen la luna ni una estrella azul, porque ya tenemos quien nos las baje. Estamos crecidos, los sueños nos pertenecen, somos todos astronautas y presumimos sin pudor porque tenemos derecho a hacerlo. Todos estamos en deuda con Pablo y Sara y pedimos que esa Agencia Espacial esté en la tierra que los parió porque Pablo, hablando de las durísimas pruebas superadas, lo dejó muy claro: ¡Allí exhibimos madera leonesa!

Está todo dicho. Gracias Pablo. Gracias Sara. Despegamos.
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