15/04/2024
 Actualizado a 15/04/2024
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Existe un viejo y manoseado axioma, una proposición clara y evidente que se admite sin demostración alguna: «Cualquier tiempo pasado fue mejor». Pues no, no puedo estar de acuerdo. Lo mejor, según dicen, ¡eh!, está aún por llegar, aunque… ya veremos.

Con esta afirmación revestida de análisis admitimos que quienes estábamos mejor éramos nosotros, ya que disfrutábamos de una placentera y vigorosa juventud, ánimo exacerbado e ilusión desmedida proclamada urbi et orbe, cuando hoy, instalados en la senectud, miramos al futuro y vemos un horizonte lleno de nubarrones.

Las personas que ya estamos de sesenta y muchos para arriba hemos vivido un tiempo de infortunio social, político y económico, aunque nuestra percepción en la lejanía, mediatizada por el tiempo, nos inunda con su nostalgia: ¡Qué bien vivíamos entonces!

Mas la realidad fue la que está escrita y no la imaginada, ya que la economía era autárquica, aislada y poco más que de subsistencia, al menos hasta los años del desarrollismo, auxiliada por las remesas dinerarias que enviaban nuestros emigrantes, unido al turismo, y con una educación elitista donde la mayoría del pueblo apenas si conocía «las cuatro reglas», sin entrar en el terreno político con las libertades públicas cercenadas.

Solemos añadir, para afianzar nuestra posición: «No teníamos nada, pero éramos felices». ¡Pues sí!, ya que la felicidad individual es un estado subjetivo y de circunstancias, mientras que al formar parte de una comunidad nos volvemos gregarios.

Es obvio pensar, excepto el cuñao, que un chaval pueda ser feliz viviendo en una favela carioca o en un suburbio subsahariano. 

La verdad es que la nostalgia no nos deja ver las cosas tal y como son, no, las vemos tal y como somos nosotros, con nuestras filias y fobias, cultura, vivencias e incluso la influencia política, moral, religiosa o el simple agnosticismo. Salud.

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