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Nostalgia de inundación

04/06/2023
 Actualizado a 04/06/2023
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La mayoría de chavales de la Generación Z de los barrios bajos de San Andrés la inundación más gorda que ha visto cerca en su vida es la de la bañera cuando tiene el desagüe petado de pelos y jabonería y el agua se les queda retenida hasta alcanzar medio palmo de alto. Por eso a nadie preocupa que la voz «¡socorro!» les suene a pekinés. Generaciones anteriores, además de lidiar con la precariedad igual que esta, vivimos varias inundaciones, aunque generalmente más leves que las que nos muestra la televisión en el Levante de rieras desmandadas en primaveras y otoños.

Hace treinta años el oeste de la ciudad de León se inundaba con cierta frecuencia. Cuando el río bajaba a tope, el canal llamado Presa del Bernesga no podía contener todo su caudal y se desbordaba a su paso por Pinilla y Paraíso Cantinas. La falta de alcantarillado y asfaltado en muchas calles generaba unas condiciones ideales para que el agua se hiciese la dueña. Quienes fuimos críos en los ochenta caminamos alguna vez por ahí con el agua tentándonos las rodillas.
Era apasionante ver a la gente reaccionar ante la sorpresa inclemente. El agua es imparable, dice mi madre, que la teme desde que a los diez años la tuvieron que sacar por la ventana en una ocasión décadas antes de lo que yo rememoro. Recuerdo a Amador en el noventa y pico encarándose con los policías municipales que le querían forzar a retirar los sacos terreros que había colocado de parapeto delante de la puerta de su casa. Argumentaba la autoridad que su casa no absorbía nada del agua remanente, y que aquello iba en contra del interés general.

Lo cierto es que pocas desgracias provocaban aquellas riadas, para lo que pudo haber sido. Por supuesto, eran sinónimo de cierre de colegios. Gozada grande hasta que se recuperaba la normalidad y volvíamos a clase, con katiuskas por si las moscas. La mayoría llevaba unas Trevinca azul marino con bordes amarillos, de sus hermanos mayores. Los que no tuvimos de eso, calzamos botitas de agua más recoletas. No unas Hunter pedorras de esas, pero quizá unas de Zagal rojas.
Ahora tampoco es tan raro ver a los niños con katiuskas. Van con ellas y mono impermeable los días de lluvia para pisar todo charco posible como mandan los cánones de la crianza respetuosa. Pero no es lo mismo, ahora lo hacen por diversión. El progreso es un hecho y ya no se viven aquellos episodios apocalípticos. Llámenme frívolo, pero siento un poco de nostalgia de inundación.
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