02/02/2023
 Actualizado a 02/02/2023
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Todo empezó el pasado viernes, resolviendo el crucigrama del periódico de la competencia, que es el que llega al bar de mi pueblo, a pesar de que, tanto el director del ‘otro’ diario, como un servidor, que escribo en él, mal, pero escribo, seamos de Vegas... Son cosas que uno, a pesar de tener cortísimas las entendederas, no logra rumiar...; pero esto es otra historia. El caso es que, en una de sus preguntas, decía: «amable, empático...» La respuesta era ‘gentil’. Víctor y un servidor empezamos a escojonarnos, porque resulta que conocemos a dos ‘Amable’ que, ni por el forro y hartos de grifa, lo son, ni mucho menos. Uno es del ‘gachi’ y se caracteriza por soltar las mayores burradas, cuando habla, sin sonrojarse siquiera; sé que las dice sin pensar, pero, así y todo, a veces te quedas helado, pensando si contestarle o no. Lo cierto y verdad es que nunca lo hacemos, porque creemos que las dice sin ánimo de ofender, para hacer gracia; aunque maldita la gracia; el otro, es el dueño de un bar-restaurante que está en Villanueva y que tiene un carácter y da unas contestaciones que uno no logra comprender cómo es que la gente aparece por su bar y consume. A pesar de todo, habitualmente lo tiene lleno, y a fuer de ser justo, he de reconocer que se come de puta madre en el garito. Debe de ser que se cumple la condición que uno enunció hace muchos años, merced a la cual los bares en los que peor se trata a la clientela, son los más llenos. Excuso poner ejemplos (porque es de mal gusto), pero todos sabemos cómo se las gasta el dueño del bar que da morcilla de tapa (los días que está de buen humor), y que se encuentra en medio de la plaza de San Martín, en la capital, y las colas que surgen, como por encanto, para poder acceder a él. Debe de ser que somos masoquistas, los clientes, digo, y que nos va la marcha...

El caso es que, a partir del ‘gentil’, a uno le entraron ganas de seguir indagando en los nombres de los humanos y en lo que significan y en lo errados que están, la mayoría de las veces. Sin ir más lejos, Vicente, ¡presente!, proviene del latín y significa, «el vencedor», o «el elegido». Pues de cráneo, macho, de cráneo, ya que el que suscribe no ha vencido en ninguna contienda en su puta vida; más bien, todo lo contrario. Y no es que me importe, que no me importa, pero me hace gracia lo desacertado que anduvo mi padre a la hora de agenciarme el nombre. Como la familia de Irene Montero, lo mismo: Irene, que viene del griego clásico y que significa «Paz», no le pega a la política ni con Colinón, porque esta mujer, ministra del Gobierno de España, para más señas, creo que sólo deja ‘Paz’ en el cementerio y nunca cuando habla.

Ya os conté una vez el desbarajuste de nombres que había en Cubillas de Rueda, al lado de Gradefes. Allí, el cura y el juez, que eran unos cachondos, endilgaron joyas nombriles de un calibre estratosférico a los que nacieron justo después de la guerra. Porque llamar a un propio ‘Claro’ es de tenerlos cuadrados, como poco. O Enunilo, Tebolda, Gúdula, Placer, Próculo y un montón más...; y menos mal que a nadie le endilgaron Pánfilo, como el de Narváez, que ya sería la hostia. Lo bueno del asunto es que los que tuvieron que soportar esa cruz para el resto de sus vidas lo hacían sin más, sin enfadarse, yendo al café todos los días y a tomar los vinos los días de fiesta. Incluso tuvieron la suerte (o la desgracia), de casarse, tener hijos y nietos y de ser enterrados sin más, llevando en sus lápidas el nombrecito para toda la eternidad.

Como uno es hijo (literario), de ‘Las Mil y una noches’, os tiene que poner algún nombre de los que he leído en ese maravilloso libro: el que más me llamó la atención fue ‘Aladino’, que significa «la nobleza de la fe»; o el de ‘Harum, el Cálifa’, que significa «bosque, espesor o fuerza»; o ‘Simbad’, que es «príncipe espumoso o navegante»; o ‘Abdul’, «sirviente de Alá»; o ‘Alí’, «muy alto, noble»... Esta gente, los Mahometanos, siempre tienen, como observaréis, a Dios presente en todos los actos de su vida; incluso, para dar nombre a su descendencia.

Pues lo dicho: no erréis a la hora de poner el nombre a un hijo vuestro...., porque lo llevará a cuestas toda la vida y algo más allá. Ahora bien, entre poner estos nombres que os he contado y hacerse el moderno y masacrar la vida de un pobre bebé llamándolo ‘Kevin’, uno no tiene dudas: mejor ‘Claro’ que ‘Kevin’, de aquí a Lima. Porque poner ‘Kevin’ a un vástago es propio de una ‘Choni’ de manual, más hortera que un belga toreando o que un inglés ‘mamao’ perdido en medio del ‘Entierro de Genarín’. Siempre tiene que haber límites y el de la ordinariez es el primero.

Salud y anarquía.
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