11/02/2024
 Actualizado a 11/02/2024
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Nunca he estado en Murcia. Pasé por esa ciudad una vez hace 30 años durante un viaje entre Alicante y Almería y me detuve brevemente en su estación de autobuses (para variar). Esa es toda mi visión directa de ese lugar, a la que se suman de vez en cuando las fotografías que cuelga en redes mi amigo Carlos Pérez-Alfaro, que de allí nos vino y allí regreso, a quien debemos tener siempre presente como buen hacedor que fue entre nosotros de las revistas Resistencia y Fake.

Pienso en Murcia últimamente, sobre todo desde que las procesiones de tractores invaden nuestras calles y carreteras, porque me parece el colmo y resumen de muchos de los problemas que nos inquietan, si exceptuamos los bélicos (de momento). Es ésa una tierra donde conviven los apuros por el agua, la contaminación de los campos, la salinización de los acuíferos, la degradación del mar, el turismo masivo, la diversidad cultural, la explotación del extranjero, los soterramientos, los terremotos… y todo ello gestionado por un gobierno formado a medias entre la derechita cobarde y la extrema derecha. Un cóctel para observar atentamente desde esta otra geografía y desde cualquiera. Para ir tomando nota.

Seguramente, cada uno de esos problemas son un mundo en sí y merecerían al menos una columna por asunto, como poco. Contemplados, en cambio, como un todo interconectado, sucede que se produce un amontonamiento tal que nos impide ver los árboles. Es lo mismo que pasa con los tractores, que nos despiertan simpatía porque todos en mayor o menor medida tenemos una raíz rural, pero cuando leemos atentamente sus quejas de una en una es imposible no ponerse en alerta ante algunas de sus cuitas enunciadas, porque ponen en cuestión las cuitas del resto de la población, el relajamiento de la política medioambiental, por ejemplo, o el cuestionamiento de los objetivos de desarrollo sostenible. Esto último siempre y cuando seamos capaces de conjugarlo, desarrollo y sostenible, de un modo racional. Murcia nos marca la pauta.

 

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