18/03/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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En las ciudades se ha prestado especial atención en los últimos tiempos a lo que comúnmente se denomina patrimonio monumental, si tal patrimonio tuviesen. Sin embargo, se han demolido con alegría edificios industriales de gran singularidad, con desprecio hacia la historia fabril, como si fuesen bienes de segunda categoría. Astorga, por su relevancia en el mundo romano (fue capital de un Convento Jurídico con amplio territorio) y su continuidad en una de las primeras sedes episcopales, cuenta con un patrimonio arqueológico, escultórico y arquitectónico de gran interés, y que explica, junto a sus calzadas y caminos, la huella civilizadora de la historia peninsular; no carece de importancia su patrimonio surgido de la economía tradicional.

La historia industrial de Astorga, fundamentalmente, está ligada en la época contemporánea a la fabricación del chocolate y mantecadas y a la molturación de harinas, empeños empresariales que tanto se podían dar en forma individualizada como compartida, incluso con la venta de otros bienes, cafés, bujías, velas… Coincide el auge de estas actividades, en las últimas décadas del XIX y primeras del XX, con la construcción del palacio episcopal de Gaudí, única obra del genial arquitecto reusense, que, fuera del ámbito catalán, es hoy un museo abierto a viajeros, caminantes y turistas.

El patrimonio histórico de los pueblos, incluido el vinculado a las actividades industriales, no es propiedad exclusiva de sus pobladores, ni de sus legítimos dueños, sino que su preservación es algo de interés para muchos ciudadanos, de la nación, o de otros países: bien pensado, es una suerte de interrelación entre las ciudades, de atracción y prestigio. Por fortuna para la ciudad de Astorga, pese a las demoliciones efectuadas en la segunda mitad del siglo XX, conserva de aquel auge empresarial y comercial un conjunto de edificios de gran interés; de gran interés por la sencilla razón de que los fabricantes se distinguían tanto en la construcción de la morada familiar, como en la fábrica, por el buen gusto. No en vano, algunos de estos edificios conservados fueron diseñados por reconocidos arquitectos, en aquellos momentos con proyectos en la Villa y Corte.

Astorga es un buen ejemplo, pues, de cómo lamentar lo indebidamente destruido y de celebrar el patrimonio industrial que se mantiene en pie. ¿Cómo ha sido posible el que una ciudad que había olvidado lo que fue su principal actividad industrial, que precisaba incluso del ferrocarril para transportar toneladas de chocolate, haya despertado de su insomnio? No siempre los grandes proyectos con visos de futuro nacen de las instituciones, ni precisan grandes subvenciones, ni una costosa cohorte de administradores y propagandistas. Este de Astorga, de sacar provecho de lo que ha sido su más importante actividad industrial, con sus moradas y fábricas, no fue un empeño primero del ayuntamiento o de alguna asociación del ramo, sino de un modesto empresario de la ciudad, José Luis López.

Fue este astorgano con acreditado bazar quien puso todo su empeño en rescatar, cual amanuense, todos los útiles de fabricación artesanal del chocolate; junto a cuanto material de envasado o de publicidad artística conservaban particulares o se hallaba abandonado. Instaló, con exquisito gusto, el primer museo del chocolate de España (de los primeros de Europa), hoy municipal y con nueva sede en una de las fábricas señeras del tránsito de los dos siglos pasados, la de Magín Rubio. De esta suerte, en los escaparates de las confiterías de este nuevo milenio se anuncian libras, tabletas y bombones. Y el astorgano, el viajero, el curioso lector, pueden disfrutar de unos bienes arquitectónicos, fabriles, que, como decíamos, se han de preservar o revalorizar; al tiempo está a su alcance el acceso a un legado cultural y artístico, vinculados con la metalistería, las imprentas y la creación ilustrativa o pictórica, también literaria, habilidades todas francamente interesantes.

Los antiguos fabricantes de chocolates establecidos en Astorga, venidos algunos de tierras levantinas, gallegas…, representan el vigor de una época, con un planteamiento político muy ‘osado’ y dinámico (muchos de ellos fueron alcaldes o concejales de gran impronta). En este fin de semana la ciudad rememora tal gesta con una nueva muestra ferial del chocolate, instalada en el noble edificio del seminario diocesano. Un amplio elenco de industriales agasajarán a miles de visitantes con el arte y sabor de este producto que de clérigos y marqueses pasó a ser golosina festiva; con el que no solo se festejaba la entrada de los obispos en la ciudad, sino otros múltiples acontecimientos. Se trata, a fin de cuentas, de que tan importante patrimonio sea disfrutado, restaurado si tal intervención precisa, genere beneficios y, ante todo, que no muera.
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