09/07/2023
 Actualizado a 09/07/2023
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Nos ha crecido julio por la espalda y es mejor no girarse para no ver lo que hemos dejado en el umbral, casi sin enterarnos, aunque las urnas asomando al fondo tampoco animan mucho a mirar al frente. Hoy pensaba hablar de la escritora ucraniana Victoria Amelina y del gran trabajo de investigación que estaba haciendo, por si algún día se pretende hacer justicia por los crímenes de guerra que se están cometiendo en su país, de los que ya forma parte, como víctima. Aunque haya cambiado de tema, Amelina se quedará en la columna porque su corazón dejó de latir el 1 de julio, como decía el comunicado de su muerte, cuando el misil de la barbarie alcanzó su vida y su cráneo. Se queda porque aquí, aquel mismo día y con otro tipo de barbarie, abriendo una lista vergonzosa, se segaron dos vidas sin ser tiempo de cosecha y nacieron cuatro huérfanos.

Así arrancó un julio en el que, más que nunca, pretenden entretenernos mirando al cielo con la boca abierta, o eso parece, a juzgar por la desproporción del tiempo que han dedicado los noticieros a una luna que nos iluminó tres noches, y a explicarnos la moderna costumbre de dar nombre a los plenilunios mensuales, imitando a las originarias tribus amerindias de América del Norte. Mucho les ha cundido la dichosa luna de ciervo, bautizada así porque coincide con el desmogue de los ciervos machos, es decir, su cambio de cornamenta, también llamada luna de heno por coincidir con la época de cosecha.

Puestos a elegir nombre, yo me quedo con la Luna de heno, que me resulta más entrañable. Una luna que esta semana ha sido testigo del manojo de espigas cortadas a destiempo en trigales aún verdes con puntitos rojos, que no eran amapolas. Una siega mencionada tan fugazmente en las noticias que nos han ahogado más los mil incendios canadienses, nos han cabreado más las censuras cavernarias y nos ha herido más el misil de Victoria Amelina, que las cuatro mujeres asesinadas en cinco días, merecedoras de menos tiempo en los informativos que una luna muy grande. Algo que voy a repetir tantas veces como pueda en este texto, para compensar los silencios informativos. Sería bueno que nos hablasen un poco más de lo que pretenden silenciar y un poco menos de lunas y cornamentas. Pero si se trata de recordar e imitar culturas y tradiciones ancestrales, opto porque hablen de las mujeres semilla, que en muchos lugares del mundo siguen encargándose de proteger, cuidar y regenerar las semillas, garantizando la alimentación de sus países, literalmente. Por supuesto, las mujeres semilla en las que estoy pensando y de las que me gustaría que hablasen, no necesitan ser rurales ni agricultoras, ni vivir en los Andes para cumplir su papel en el sustento y la continuidad del mundo.

Si esto fuese poesía bajo la luna, hablaría de trigales verdes y espigas ondulantes de talle esbelto en continuo baile, para referirme a una joven. Mujer y espiga, como metáfora perfecta de sí mismas, esperando tranquilas la cosecha para renacer a través de sus hijos. Pero esta semana, la luna de heno descubrió que el humano no respeta los ciclos de la vida y fue segada una espiga aún verde, con veinte años en el talle. Y cómo, con su muerte, nacía otro huérfano. También vio espigas blanquecinas de grano prieto y tallo duro, aferrándose a la tierra mientras luchaban contra viento y puño, intentando defenderse de la hoz que cercenó su vida antes de tiempo. Aunque ya era madre de grano prieto y tallo duro, tampoco era su hora para la cuarta víctima de esta trágica semana. Y aunque no haya nombres, aquí están todas para enmendar silencios. Ha anochecido. El trigal ya es amarillo y está maduro. La anciana ha sobrevivido y ya es semilla de nuevo porque contiene saberes heredados que abonarán otro suelo. El final va camino del principio y el único consuelo a todo esto es que el mundo seguirá vivo.

Así nos nació un julio en carne viva y nos pilló mirando a la luna mientras cuatro mujeres eran asesinadas y otras cinco heridas, en tan solo una semana, y el político de turno suelta la perorata de «esta sucesión de muertes que obliga a revisar la estrategia seguida para combatir esta furia criminal que ha causado 25 víctimas en lo que va de año... instituciones políticas, policiales, judiciales… y la supuesta atención a esas mujeres que ya habían denunciado…». Bla, bla, bla, hasta el infinito y más allá… mientras una madre vaga por la calle con una maleta y un niño agarrado de la mano, huyendo del puño que mata, hasta que la policía acude a la llamada de los vecinos que ven la estampa.

Éste es mi homenaje a las mujeres sin poesía ni luna grande. A las mujeres semilla. A las espigas cortadas a destiempo. A las mujeres de pan que alimentan el mundo, a las que supongo más hermanas de insomnios que de sueños, más amigas de tormentas que de soles y más conocedoras de cuartos menguantes que de plenilunios. Más pegadas a la tierra que a las nubes y al puño que a los labios. Más compañeras de hormigas que de cisnes. Más de tierra…
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