05/01/2024
 Actualizado a 05/01/2024
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Cocina de La Bañeza, el jilguero canta y mi tío dice: No me gustaba el Nueva York de los años 70. Una ciudad sucia, violenta. Y ese frío y esa nieve. Cuando me mudé a Tejas, a El Paso, y escuché a un gallo cantar, pensé, estoy en casa.

Luego dice: Madre no era capaz de matar los pichones, sabes que los pichones se les aprieta en el pecho, así, y se les para el corazón. Madre se negaba, los traía padre del palomar en el cesto y teníamos que matarlos nosotros. 

Luego vamos a un pinar y alguien ha puesto carteles como si fuera un bosque encantado un poco venido a menos, aquí xanas, aquí trasgus. Mi hermana dice: Viene el trasgu y revuelve las casas de arriba abajo, al trasgu no le gusta que la gente se mude de casa.

Luego vamos a la otra casa, la casa de la montaña asturiana, y él sube la leña de la leñera y prende la chimenea. Él dice: Cuando vivía en Francia iba a por leña al bosque. Derribaba un árbol, tardaba días en cortarlo. Nadie me hablaba en el pueblo. Un pueblo de agricultores, ganaderos y leñadores. Yo era el raro que estudiaba al azor. ¿A quién le interesaba el azor? Hasta que corté tanta leña que pedí prestado un tractor en el pueblo para poder llevármela. Se reían de mí, con el maletero de la furgoneta tendrás bastante. Les dije que fueran a comprobarlo, cuando vieron la pirámide de troncos, empezaron a respetarme. 

Luego vamos a L’Angliru, a partir de aquí empieza el infierno, dice un cartel para los ciclistas. Hay una fuente que se llama Alberto Contador. Contador coronó dos veces L’Angliru. En lo alto, los picos de la Cordillera Cantábrica, un mar de picos. Viento y sol desolado. Pequeño Zar encuentra una calavera de rebeco. Dice: La quiero llevar para estudiarla. Él dice: Se la habrán comido los buitres, hay que hervirla para quitarle los restos de pelo y piel. Luego él dice: La podrías colocar en el salón del piso de Madrid. Se ríe. Yo digo: Hum. Cuando bajamos, manchas rojas en la pendiente, acebales. En los acebos, solo da fruto el acebo femenino. Pienso: una ladera de acebas. Luego paramos en el bar antes de nuestro pueblo y nos dan de pincho ‘bollu preñau’. Un paisano se empeña en invitarnos y dice: El que compró la casa junto a la vuestra no es de fiar, dicen que roba, a mí una vez me tiró abajo una cuadra, andaos con ojo. Luego el dueño del taller me cambia una bombilla del coche y no me cobra. Luego damos caminamos por el bosque de hayas y una ardilla roja salta de rama en rama. Luego pienso: mañana vuelvo a Madrid, al despacho, a la estación de Atocha, a las clases, ya es 2024.

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